El tesoro del bosque totonaca



Érase una vez, en una pequeña comunidad totonaca, una escuela rodeada de hermosos árboles y flores coloridas. Los niños y niñas de esa escuela eran muy diferentes entre sí, pero siempre se esforzaban por aprender y ser buenos amigos. En el aula de quinto grado, había un grupo de amigos: Itzel, el líder alegre del grupo; Matlaz, la chica más creativa, con su cabello trenzado y lleno de color; y Tláloc, el chico más tímido pero lleno de sorpresas.

Un día, la maestra Xochitl decidió llevar a sus alumnos a una excursión al bosque cercano, donde podrían observar la belleza de la naturaleza y aprender sobre las plantas y animales que habitaban allí.

"Hoy vamos a descubrir un tesoro en el bosque, ¡y no es de oro ni de joyas!" - dijo la maestra con una sonrisa.

Los estudiantes se miraron intrigados.

Una vez en el bosque, comenzaron a explorar. Matlaz se detuvo cerca de un árbol gigante.

"¡Miren este árbol! Es el más grande que he visto. ¡Aquí podría haber un tesoro!" - exclamó emocionada.

Pero de repente, escucharon un llanto a la distancia. Era un pequeño zorrillo atrapado en una trampa de los cazadores.

"¡Pobre animal!" - dijo Tláloc, preocupado.

"¿Qué hacemos? No podemos dejarlo así" - añadió Itzel.

"Debemos ayudarlo, aunque sea arriesgado" - sugirió Matlaz.

Los niños se miraron y, aunque tenían miedo, sabían que debían actuar. Con cuidado, se acercaron al zorrillo y, empleando su ingenio, lograron abrir la trampa.

"¡Libre!" - gritó Tláloc con alegría, mientras el zorrillo corría y desaparecía entre los arbustos.

"Hicimos un buen acto de solidaridad" - dijo Matlaz, sonriendo.

"Sí, y eso vale más que cualquier tesoro" - añadió Itzel.

Poco a poco, los niños continuaron su camino y llegaron a un claro lleno de flores. Pero pronto se dieron cuenta de que habían perdido la dirección para regresar. Se sintieron nerviosos y perdidos.

"¿Y ahora qué hacemos?" - preguntó Matlaz, asustada.

"No hay señal de la maestra" - agregó Tláloc.

Entonces, Itzel tuvo una idea.

"Si trabajamos juntos, podemos encontrar el camino. ¡Así que formemos grupos y cada uno buscará en una dirección diferente!"

"¡Buena idea!" - dijeron los demás.

Cada uno eligió un rumbo. Itzel se fue hacia la izquierda, Matlaz a la derecha y Tláloc hacia el centro. Después de un rato, Matlaz, que había estado recogiendo flores, comenzó a gritar.

"¡Chicos! ¡Encontré algo!"

Los demás llegaron corriendo y encontraron a Matlaz mirando un mapa antiguo tallado en una roca.

"¡Miren! Este mapa puede guiarnos de vuelta a la escuela" - dijo emocionada.

Con el mapa en mano, siguieron las instrucciones y, tras un giro, dieron con un sendero que los llevó de regreso. Al llegar a la escuela, todos estaban cansados pero felices. La maestra Xochitl los esperaba.

"Los estaba buscando. Me alegra ver que han vuelto y lucen bien. ¿Qué aprendieron hoy?" - preguntó.

"Aprendimos que ayudar a un amigo o a un animal no es solo un acto de bondad, sino una demostración de solidaridad y respeto" - respondió Tláloc.

"Sí, y cuando nos unimos, incluso los problemas más grandes se resuelven" - añadió Itzel.

La maestra sonrió.

"Muy bien, chicos. Eso es lo que significa ser parte de una comunidad totonaca: cuidarse unos a otros, respetando y ayudando siempre." - concluyó.

Esa experiencia se convirtió en un tesoro para los niños. Aprendieron que, aunque todos eran diferentes, juntos podían enfrentar cualquier desafío y vivir en armonía. A partir de ese día, su amistad se volvió más fuerte, y cada vez que se encontraban en una situación complicada, recordaban el día del zorrillo y cómo el trabajo en equipo y la empatía les ayudaron a encontrar el camino de regreso a casa.

Desde entonces, en cada aventura que vivieron, el respeto, la empatía, la solidaridad y la amistad fueron siempre su brújula para guiarse por la vida.

FIN.

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