El tesoro del maíz dorado



Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos de maíz. Tomás era muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras.

Un día, mientras exploraba los campos, Tomás encontró una semilla de maíz dorada brillante. Sin pensarlo dos veces, decidió plantarla en su jardín trasero. Todos los días regaba la semilla con mucho cuidado y paciencia, esperando ansiosamente a que creciera.

Pasaron las semanas y el maíz comenzó a brotar del suelo. Tomás se emocionó muchísimo al ver cómo sus esfuerzos daban frutos. Cuidaba de la planta todos los días: le quitaba las malas hierbas, la protegía de los insectos y le daba todo el amor que podía.

Pero un día, cuando Tomás fue a revisar su planta de maíz, descubrió algo terrible: ¡habían desaparecido todas las mazorcas! Al principio se sintió triste y desilusionado, pero no se rindió. Decidió investigar qué había pasado.

Tomás siguió algunas huellas extrañas que conducían al granero del vecino. Se asomó por una rendija en la puerta y quedó sorprendido al ver a varias gallinas devorándose las mazorcas robadas. -¡No puedo creerlo! -exclamó Tomás-.

¡Esas gallinas están comiendo mi maíz! Tomás sabía que tenía que hacer algo para recuperar lo que era suyo. Entonces ideó un plan ingenioso: construiría un espantapájaros para ahuyentar a las gallinas.

Buscó palos, ropa vieja y una calabaza para la cabeza del espantapájaros. Cuando terminó de armarlo, colocó al espantapájaros justo en medio del campo de maíz. Las gallinas se acercaron con cautela, pero cuando vieron al espantapájaros, salieron corriendo despavoridas. Tomás estaba feliz de haber recuperado su maíz.

Pero no quería ser egoísta, así que decidió compartirlo con todos los habitantes del pueblo. Cocinaron el maíz y organizaron una gran fiesta donde todos disfrutaron de la comida y se divirtieron juntos.

Desde ese día, Tomás aprendió que a veces hay obstáculos en el camino hacia nuestros sueños, pero si somos perseverantes y encontramos soluciones creativas, podemos superar cualquier dificultad.

Y así fue como Tomás el Niño enseñó a todos que no importa cuán pequeños o grandes sean nuestros problemas, siempre hay una manera de resolverlos si tenemos fe en nosotros mismos y trabajamos duro para lograrlo.

FIN.

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