El Tesoro del Mar
Era un hermoso día de verano, y María y su amigo Lucas decidieron ir a la playa. Los dos estaban emocionados, pues habían escuchado rumores sobre un antiguo tesoro escondido en alguna parte de la costa.
"¿Te imaginas encontrar un tesoro, Lucas?" - preguntó María con una sonrisa brillante.
"¡Sería increíble!" - respondió Lucas, saltando de alegría. "Tengo una idea, ¿por qué no buscamos con un mapa?"
María sacó un viejo mapa que su abuelo le había dado. Era un mapa peculiar que, a primera vista, parecía estar desgastado. Pero tenía una X roja que destacaba: indicando el lugar del tesoro.
"Mirá, parece que el tesoro está justo en la punta de la isla, donde hay un barco hundido" - dijo Lucas. "¿Te animás a ir?"
"¡Claro!" - exclamó María, los ojos brillando de emoción..
Al llegar a la playa, encontraron un pequeño bote y, después de un poco de esfuerzo, lograron meterlo al agua. Paddlearon con entusiasmo hacia la isla, riendo y disfrutando del sol que brillaba en el cielo.
De repente, mientras navegaban, vieron algo que los hizo detenerse. Un enorme tiburón nadaba cerca de ellos y parecía tener cierta curiosidad.
"¡Mirá! Ese tiburón debe estar buscando algo de comer" - dijo María, asustada pero fascinada.
"No te asustes, María. Solo es un tiburón. Puede que esté más asustado de nosotros" - intentó tranquilizarla Lucas.
María pensó un instante y luego respondió:
"Tenés razón. Si lo dejamos tranquilo, claro que no nos hará nada".
Con mucho cuidado, siguieron remando lejos del tiburón. Una vez que estuvieron a salvo, se acercaron a la isla. Allí, el mapa indicaba que el tesoro estaba bajo un gran árbol.
"Este es el lugar. ¡Empecemos a buscar!" - dijo Lucas, mirando a su alrededor con emoción.
Comenzaron a cavar en la arena, pero no encontraban nada. Después de un rato, María se detuvo y pensó en otra opción.
"¿Y si hacemos un círculo alrededor del árbol y empezamos a cavar? Quizás esté más profundo" - sugirió.
Lucas asintió entusiasmado. Juntos, comenzaron a cavar en varias direcciones. Finalmente, después de un buen rato de esfuerzo, Lucas dio un grito de alegría.
"¡Lo encontré!" - dijo mientras levantaba un cofre cubierto de arena.
Con mucha emoción, lo abrieron y, para su sorpresa, estaba lleno de monedas de oro, joyas y otros objetos hermosos.
"¡No lo puedo creer!" - exclamó María, con los ojos como platos. "Es un tesoro verdadero."
"Este tesoro cambiará nuestras vidas. Pero, ¿qué haremos con él?" - preguntó Lucas.
María pensó un momento y respondió:
"Podemos compartirlo. Hacerlo en partes iguales y ayudar a quienes lo necesiten".
Lucas estuvo de acuerdo y, después de un rato de discusión, decidieron donar parte del tesoro a los niños de la localidad para que pudieran tener mejores juguetes y libros.
Cuando regresaron a la playa, con el tesoro en sus manos, se sintieron felices no solo por el hallazgo, sino por la decisión que habían tomado juntos. El tiburón que habían visto antes les había recordado que no hay que asustarse, sino ser valientes y resolver las cosas con inteligencia.
"Después de una aventura como esta, creo que un helado es justo lo que necesitamos" - dijo Lucas, riendo.
"¡Sí! Vamos a celebrarlo con un helado y contarle a todos sobre el tesoro!" - respondió María, contenta.
Y así, volvieron a casa, compartiendo su tesoro, su aventura y sus risas, sabiendo que lo más valioso de todo era la amistad que los unía.
Desde ese día, María y Lucas supieron que el verdadero tesoro no solo se encuentra en monedas de oro, sino también en los momentos vividos y en hacer el bien a los demás.
FIN.