El tesoro del puente encantado
con puntitos rojos. Siempre que podía, María se escapaba de su casa para disfrutar de la naturaleza y explorar el mundo a su alrededor. Un día soleado, María decidió ir más lejos de lo habitual.
Caminó por el sendero del río hasta llegar a un puente antiguo y misterioso. Intrigada, decidió cruzarlo para ver qué había al otro lado.
Al pisar el puente, una voz melodiosa resonó en el aire: "María, querida niña, ¿quieres descubrir un tesoro escondido?". María miró a su alrededor sin encontrar a nadie. La voz parecía venir de debajo del puente. Curiosa, María se agachó y vio una pequeña abertura en uno de los pilares del puente.
Decidió acercarse y escuchar atentamente. "¿Quién eres?", preguntó María con asombro. "Soy Zafiro, el duende guardián del tesoro", respondió la voz desde dentro del pilar. "¡Wow! Un duende", exclamó sorprendida María.
"Si quieres encontrar el tesoro escondido, debes resolver tres acertijos", dijo Zafiro. María aceptó emocionada el desafío y Zafiro comenzó a hacerle los acertijos uno tras otro: 1) "En invierno soy blanco como la nieve, en primavera me vuelvo verde, me puedes encontrar en todos lados, soy hogar para muchos animales encantados".
Después de pensar un poco, María sonrió y dijo: "¡Es un árbol!". Zafiro aplaudió y continuó con el segundo acertijo: 2) "Soy redonda como una pelota, todos me quieren tocar, me ven en el cielo estrellado, soy un objeto celestial".
María pensó rápidamente y exclamó: "¡Es la luna!".
Zafiro sonrió complacido y lanzó el último acertijo: 3) "Tengo hojas, pero no soy un árbol, tengo un rostro, pero no soy una persona, me encuentras en los libros de cuentos, soy un personaje que siempre se emociona". María reflexionó por unos instantes y dijo emocionada: "¡Es un dibujo!". Zafiro salió del pilar del puente y aplaudió entusiasmado. María había resuelto todos los acertijos correctamente y había ganado el derecho a conocer el tesoro escondido.
El duende guardián llevó a María hasta una cueva oculta detrás del puente. Allí, brillantes piedras preciosas llenaban cada rincón. Era como estar dentro de un cuento de hadas.
"Este es tu premio", dijo Zafiro mientras le entregaba una pequeña joya azul. "Gracias, Zafiro", respondió María con gratitud en su voz. A partir de ese día, María aprendió que la curiosidad y la perseverancia pueden llevarnos a descubrir cosas maravillosas.
Siempre recordaría aquel encuentro con Zafiro como una experiencia mágica que le enseñó a apreciar aún más las aventuras que la vida tenía reservadas para ella. Y así, Maria siguió explorando el mundo con su falda roja, camisa blanca, botas marrones y sus calcetines de puntitos blancos.
Nunca dejó de buscar nuevos desafíos y tesoros escondidos, siempre con una sonrisa en su rostro y un corazón lleno de ilusión.
FIN.