El tesoro del queso
Las ratitas saltaban de un lado a otro, ansiosas por probar el delicioso queso que su mamá había traído. El aroma llenaba la ratonera y todos estaban emocionados.
- ¡Papá ratón, por favor reparte el queso! - exclamó Anita, la ratita más pequeña y juguetona. - Tranquilos chicos, primero debemos establecer las reglas para compartirlo equitativamente - dijo papá ratón con voz firme pero amable. Todos los ratoncitos se sentaron en círculo alrededor del gran trozo de queso.
Papá ratón les explicó que cada uno tendría una oportunidad para tomar un pedazo del queso, pero solo podrían hacerlo cuando él lo indicara. Además, nadie podía tomar más de lo que necesitaba para satisfacer su hambre.
La emoción creció aún más cuando papá ratón comenzó a repartir los primeros pedazos. Uno a uno fueron recibiendo su parte y se dieron cuenta de que si tomaban demasiado pronto o demasiado grande, no habría suficiente para todos.
- ¡Oh no! ¿Qué haremos ahora? - preguntó Lucas angustiado mientras miraba el trozo de queso cada vez más pequeño. Papá ratón sonrió y les recordó la importancia de compartir y ser justos entre ellos.
Les propuso un juego: quien lograra decir algo bueno sobre otro antes de tomar su turno recibiría un pedazo extra de queso. Los ojitos brillantes y curiosos buscaron rápidamente algo especial en sus hermanitos para resaltar.
- Yo quiero decir algo bueno sobre Anita - dijo Matías, el ratoncito más tímido. - Anita es muy valiente y siempre está dispuesta a ayudar a los demás. - ¡Gracias, Matías! Eres muy amable - respondió Anita con una sonrisa.
Así continuaron, uno tras otro, destacando las cualidades positivas de cada uno. La ratonera se llenó de palabras dulces y alabanzas. Los ratoncitos descubrieron que reconocer lo bueno en los demás era tan satisfactorio como recibir un pedazo extra de queso.
Cuando llegó el turno de papá ratón para tomar su parte del queso, todos quedaron sorprendidos cuando tomó el último pedacito más pequeño. - ¿Papá ratón? ¿Por qué tomaste ese pedazo tan chiquito? - preguntó Lucas confundido.
Papá ratón les explicó que ellos habían demostrado ser generosos y considerados al decir cosas buenas sobre sus hermanitos.
Quiso enseñarles que la verdadera recompensa no estaba solo en la cantidad de queso que recibían, sino en la alegría y la armonía que sentían al compartir y valorarse mutuamente.
Desde aquel día, los ratoncitos aprendieron una gran lección: compartir no solo se trata de repartir cosas materiales, sino también de reconocer las cualidades positivas en los demás y construir relaciones basadas en el respeto y la admiración mutua. Y así vivieron felices en su acogedora ratonera, donde nunca faltaba amor ni buenos deseos entre ellos.
Aprendieron que cuando compartimos con generosidad y nos apoyamos unos a otros, todos somos más felices y nos sentimos más satisfechos.
FIN.