El Tesoro del Río


Había llegado el tan esperado verano y con él, las ansiadas vacaciones. Este año, decidimos pasarlas en la casa de campo de nuestros abuelos, cerca del río.

Mis primos José, Mau y Tomasa estaban igual de emocionados que yo por disfrutar de días llenos de diversión y aventuras. El primer día, nos levantamos temprano y después del desayuno salimos corriendo hacia el río. Al llegar, nos encontramos con un hermoso paisaje: aguas cristalinas rodeadas de árboles frondosos.

Sin perder tiempo, nos adentramos en el agua para refrescarnos. - ¡Qué bien se siente! - exclamó José mientras nadaba. - Sí, es genial estar aquí juntos - respondió Mau sonriente.

Tomasa saltaba emocionada desde una roca cercana al agua y gritaba:- ¡Vengan chicos! ¡Es muy divertido! Nos pasamos horas jugando en el río: chapoteando, construyendo castillos de arena y haciendo competencias de natación. No podíamos parar de reír y disfrutar cada momento juntos.

Pero a mitad del día ocurrió algo inesperado. Nos dimos cuenta de que habíamos perdido nuestras meriendas. - Oh no... ¿qué vamos a hacer? - preguntó Tomasa preocupada.

José miró hacia la orilla del río y vio a un señor mayor pescando tranquilamente bajo la sombra de un árbol. Se acercó tímidamente a él y le explicó nuestra situación. - Disculpe señor... perdimos nuestras meriendas y no sabemos qué hacer.

¿Podría ayudarnos? El señor nos miró con una sonrisa amable y respondió:- Claro, chicos. Tengo algo de comida en mi mochila que pueden compartir. Nos sentamos junto al señor y compartimos su comida mientras conversábamos sobre nuestras vacaciones.

Resultó ser un hombre muy simpático llamado Don Ramón, quien vivía cerca del río desde hacía muchos años. Después de comer, Don Ramón nos invitó a conocer su cabaña, que estaba a pocos metros de allí.

Nos mostró sus plantas y animales domésticos, y nos contó historias fascinantes sobre la naturaleza. - La vida en el campo es maravillosa - dijo Don Ramón-. Aquí aprendes a valorar lo simple y disfrutar de las pequeñas cosas.

Tomasa levantó la mano emocionada:- ¡Yo quiero aprender eso! ¿Puedo quedarme aquí para siempre? Don Ramón rió dulcemente y le respondió:- Será mejor que vuelvas con tus padres, pero puedes visitarme siempre que quieras. Al regresar a la casa de nuestros abuelos, reflexionamos sobre lo ocurrido durante el día.

A pesar de haber perdido nuestras meriendas, conocimos a un hombre increíblemente generoso y aprendimos importantes lecciones sobre la vida en el campo.

Los días siguientes fueron igualmente divertidos: exploramos senderos rodeados de árboles frutales, construimos una cabaña improvisada en el bosque e incluso organizamos una fogata nocturna donde asamos malvaviscos. Al finalizar las vacaciones, nos despedimos del río y de Don Ramón con nostalgia, pero con la certeza de que esos días quedarían en nuestros corazones para siempre.

Las vacaciones en el río nos enseñaron a valorar la amistad, a disfrutar de las pequeñas cosas y a ser generosos con los demás. Aprendimos que no importa si perdemos algo material, lo importante es la compañía y los momentos compartidos.

Y así, cada verano recordaremos aquellos días llenos de risas y aventuras junto a José, Mau y Tomasa en el río.

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