El Tigre Amable y el Puma Peleador



Era una fría tarde de invierno en la jungla, donde los árboles estaban cubiertos de gotas de rocío y el aire era fresco y limpio. Todos los animales estaban buscando algo para comer, y entre ellos estaban Tomás, un tigre amable y suave, y Pablo, un puma peleador y audaz.

Mientras paseaban, avistaron a lo lejos la última presa que quedaba en la jungla: un pequeño ciervo. Ambos sintieron su pancita gruñir y miraron al ciervo con anhelo.

"Ese ciervo es mío, ¡yo lo vi primero!" - declaró Pablo con una voz desafiante.

"Pero Pablo, hay suficiente comida para todos. Podríamos compartirlo, ¡es mejor que pelear!" - respondió Tomás, tratando de mantener la calma.

Pablo frunció el ceño y mostró sus garras.

"¡No quiero compartir! ¡Soy más rápido que vos y lo atraparé primero!"

Tomás no quería pelear, así que decidió dejar que Pablo intentara atrapar al ciervo. Sin embargo, mientras Pablo corría tras la presa, no se dio cuenta de que otros animales también estaban al acecho.

Desde la selva, Salva, una gran serpiente, y Lía, la astuta lechuza, habían olfateado el olor de la comida.

"¡No se lo dejen comer solo!" - gritó Salva mientras se deslizaba rápido.

"¡Yo también tengo hambre!" - aulló Lía desde las ramas.

Ver a sus amigos en acción hizo que Pablo se detuviera en seco.

"¡Hey, esto no es justo!" - rugió Pablo, sorprendido.

"¿Qué están haciendo acá?" - preguntó Tomás.

"¡Estamos hambrientos, igual que ustedes!" - contestó Lía.

Los tres animales se miraron, y de pronto, en lugar de ver competidores, se dieron cuenta de que eran amigos con el mismo deseo: la comida.

"Si no compartimos, no quedará nada para nadie" - dijo Tomás con su voz serena, mientras el ciervo miraba desde la distancia.

"Eso es cierto. ¿Qué podemos hacer entonces?" - se preguntó Pablo, comenzando a entender.

El tigre tuvo una idea brillante.

"Podemos trabajar juntos. Yo puedo distraer al ciervo mientras ustedes lo rodean, y así tendremos una mejor oportunidad de atraparlo. Después, ¡comeremos todos juntos!"

Los animales se miraron con sorpresa, pero pronto todos estuvieron de acuerdo.

"¡Buena idea, Tomás!" - dijo Lía, con la emoción iluminando sus ojos.

Así, cuando Tomás empezó a correr hacia el ciervo, Pablo y Lía se ocultaron detrás de los arbustos.

"¡A la cuenta de tres!" - susurró Pablo, ansioso.

"Uno... dos... ¡tres!"

Tomás saltó frente al ciervo, haciéndolo asustarse y correr en la dirección opuesta, justo hacia donde Pablo y Lía lo esperaban. Con un astuto movimiento, lograron rodear al ciervo. Finalmente, juntos, atraparon al ciervo, pero en lugar de pelearse, se sentaron a compartir la comida de manera amigable.

"¡Qué gran equipo somos!" - dijo Tomás, sonriendo.

"Sí, compartir es mucho más divertido que pelear" - agregó Pablo, quien ya no se sentía como un peleador, sino como parte de un equipo.

"Siempre podemos ayudarnos entre amigos" - concluyó Lía, mientras todos disfrutaban de lo que habían logrado juntos.

Y así, en aquella jungla, aunque el invierno seguía, el calor de la amistad y el compartir había hecho que todos se sintieran felices y satisfechos. Desde ese día, Tomás y Pablo nunca volvieron a pelearse por la comida; en cambio, aprendieron a trabajar juntos y a disfrutar de los momentos compartidos con sus amigos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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