El trato de la pelota



Había una vez, en una pequeña y hermosa playa, una niña llamada Sofía. Tenía 5 años y era conocida por ser muy egoísta.

Siempre quería tener todos los juguetes para ella sola y no le gustaba compartir con los demás niños que también venían a jugar en la playa. Un día soleado, mientras Sofía construía su castillo de arena perfecto, vio a un niño llamado Mateo acercarse con una pelota de colores brillantes.

La pelota parecía tan divertida que Sofía decidió que también quería jugar con ella. "¡Mateo! ¡Déjame jugar con tu pelota! ¡Es mía ahora!"- gritó Sofía egoístamente. Pero Mateo se sorprendió y respondió amablemente: "Lo siento, Sofía, pero esta es mi pelota favorita.

No puedo dejártela". Sofía se sintió frustrada al escuchar esto, pero no estaba dispuesta a darse por vencida. Decidió hacer un trato con Mateo. "Escucha Mateo", dijo Sofía pensando rápidamente.

"Si me dejas jugar con la pelota durante cinco minutos completos, te daré mi balde lleno de caracolas bonitas". Mateo pensó por un momento y aceptó el trato. Así que intercambiaron juguetes y comenzaron a jugar juntos en la playa.

Mientras pasaban los minutos, Sofía se dio cuenta de lo divertido que era compartir sus cosas con alguien más. Y aunque solo tenía cinco minutos para disfrutar de la pelota de Mateo, esos momentos fueron muy valiosos.

Cuando sonó el timbre de cinco minutos, Sofía se acercó a Mateo para devolverle la pelota. Pero en lugar de pedir su balde de caracolas, tuvo una idea diferente.

"Mateo, ¿y si jugamos juntos con nuestras cosas? Podemos usar mi balde y tus caracolas para hacer un castillo aún más grande y hermoso". Mateo sonrió emocionado y aceptó la propuesta. Juntos, construyeron el castillo más impresionante que jamás se había visto en la playa.

Los demás niños se unieron a ellos y todos disfrutaron compartiendo sus juguetes y creando recuerdos inolvidables. Sofía aprendió una lección muy importante ese día: que compartir no solo hace felices a los demás, sino también a uno mismo.

A partir de ese momento, dejó de ser egoísta y se convirtió en una niña amable y generosa. Desde aquel día, Sofía siempre compartía sus juguetes con los demás niños en la playa.

Y cada vez que veía a alguien siendo egoísta como solía serlo ella antes, les contaba su historia sobre cómo aprendió a compartir y cómo eso hizo su vida mucho más feliz. Y así fue como Sofía vivió muchos veranos felices en la playa, rodeada de amigos que valoraban su generosidad.

FIN.

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