El trato del nativo y el ser de la selva
En lo más profundo de la selva amazónica, en una pequeña comunidad nativa, vivía un joven llamado Kuri, quien amaba escuchar las leyendas contadas por los ancianos de su tribu. Una de las historias que más le fascinaba era la del ser de la selva, una criatura misteriosa que habitaba en lo más intrincado del bosque y que concedía deseos a aquellos que se aventuraban a buscarlo. Kuri soñaba con encontrar al ser de la selva y hacerle una petición que cambiaría su vida para siempre.
Un día, Kuri decidió emprender la búsqueda del ser de la selva. Después de días de travesía, finalmente encontró una cueva rodeada de un aura mágica. Con temor pero decidido, entró en la cueva y se encontró cara a cara con el ser de la selva, una criatura majestuosa con ojos centelleantes.
- ¡Oh gran ser de la selva, vengo a ti buscando tu ayuda! -exclamó Kuri con humildad.
El ser de la selva lo miró con curiosidad y le preguntó cuál era su deseo. Kuri, emocionado, pidió riquezas y poder para su tribu, creyendo que sería lo mejor para todos. El ser de la selva le advirtió que los deseos egoístas traían consecuencias, pero Kuri, cegado por su ambición, insistió en su petición.
De regreso a su comunidad, Kuri vio cómo sus deseos se cumplían: la tribu prosperaba y era respetada por otras comunidades. Sin embargo, con el tiempo, la ambición desmedida provocó conflictos y divisiones entre su gente. Kuri se dio cuenta de que había cometido un grave error al no escuchar la advertencia del ser de la selva.
Con el corazón pesado, Kuri regresó a la cueva y buscó al ser de la selva para pedirle perdón y reparar su error. Esta vez, su deseo era la sabiduría para tomar decisiones justas y sabias. El ser de la selva sonrió y le concedió ese deseo.
De vuelta en su comunidad, Kuri compartió su sabiduría con su pueblo, promoviendo la armonía, el respeto y el cuidado por la selva. Con el tiempo, la tribu prosperó no por su riqueza material, sino por su riqueza espiritual y su conexión con la naturaleza.
Y así, Kuri aprendió que los verdaderos tesoros no se encuentran en la ambición desmedida, sino en la sabiduría, el amor y el cuidado por su entorno.
FIN.