El Travieso Bebé y el Poder de la Paciencia



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Sonrisas, un travieso bebé llamado Lucas. Lucas siempre estaba lleno de energía, y mientras jugaba, su risa llenaba el aire de alegría. Sin embargo, había un pequeño problema: Lucas no tenía nada de paciencia.

Un día, mientras jugaba en el jardín, luciendo su simpático enterito azul, Lucas vio a sus amigos construyendo un gran castillo de arena. Estaban trabajando juntos, levantando torres y cavando pasadizos. Lucas, entusiasmado, corrió hacia ellos.

"¡Yo quiero ayudar!" - gritó, saltando de un lado a otro.

"¡Espera, Lucas!" - contestó Sofía, una de sus amigas. "Primero necesitamos terminar la base antes de agregar las torres. ¡Pero luego podrás ayudarnos!"

Lucas no entendía por qué tenían que esperar. La impaciencia le hizo hacer una de las cosas que más adoraba: ¡derramar arena!"¡Mirá, estoy haciendo una montaña!" - dijo mientras lanzaba arena por todas partes.

Sin embargo, sus amigos comenzaron a quejarse.

"¡Lucas, no! Estás desordenando todo. ¡Deja de hacer lío!" - le gritaron.

Lucas se sintió triste. No quería que sus amigos se enojaran, pero la emoción en su interior era demasiado grande.

Al ver que su travesura no había sido bien recibida, Lucas decidió salir un momento del jardín. Mientras paseaba, llegó a un parque donde vio a gente grande esperando en la fila para subirse a la montaña rusa.

Los niños que ya habían subido bajaban sonriendo y gritando de alegría. Pero, para Lucas, la espera parecía eterna.

"¿Por qué tienen que esperar tanto?" - murmuró, cruzando los brazos.

Justo en ese momento, se acercó una señora mayor, con una sonrisa amable.

"Hola, pequeño. Veo que estás impaciente. ¿Quieres saber por qué la espera vale la pena?" - preguntó la señora.

Lucas la miró curioso, asintiendo lentamente.

"La paciencia es una virtud, querido. Cuando esperamos, podemos disfrutar de momentos especiales. En esta montaña rusa, cada segundo vale la pena. Piensa en la alegría que sentirás cuando llegue tu turno" - explicó.

Lucas reflexionó sobre esto. Podía entender que, a veces, las cosas más emocionantes requieren un poco de esfuerzo y tiempo.

Decidió volver al jardín y unirse a sus amigos. Al llegar, los vio trabajando en su castillo.

"¡Lo siento, chicos!" - dijo Lucas, con sinceridad. "No quise desordenar, solo era tan divertido..."

"No hay problema, Lucas. Pero ahora que te nos uniste, ¿podés ayudarnos a hacer la entrada del castillo?" - propuso Sofía.

"Claro, pero primero... ¿me pueden enseñar a construir bien?" - preguntó Lucas con un tono esperanzador.

Aquella tarde, Lucas aprendió que, aunque ser travieso era divertido, la verdadera diversión estaba en trabajar juntos. Al final, el castillo de arena fue el más hermoso que habían hecho. Todos se sintieron orgullosos, sabiendo que había valido la pena la espera y la paciencia.

Y así, el travieso bebé Lucas descubrió que, aunque la impaciencia podía ser emocionante, la paciencia traía consigo grandes alegrías. Desde entonces, cada vez que sentía la urgencia de apresurarse, recordaba a la señora del parque, sonriendo, y pensaba en lo que podía disfrutar al esperar un poquito más.

FIN.

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