El trofeo de Fausto



Fausto era un niño muy especial, desde muy pequeño demostró su amor por la música. Cada vez que escuchaba una canción comenzaba a mover sus pies y sus manitas al ritmo de la melodía.

Sus abuelos Nenina y Ricardo lo amaban muchísimo y siempre se divertían jugando con él cada vez que iban a visitarlo. Un día, durante una de sus visitas, Fausto estaba sentado en el piso tocando su tambor mientras sus abuelos miraban entusiasmados.

De repente, Fausto se levantó y comenzó a caminar hacia la ventana. Nenina y Ricardo se preguntaron qué estaba haciendo cuando vieron que Fausto señalaba algo afuera. "¿Qué es eso, Fausto?" - preguntó Nenina.

Fausto señaló hacia el parque del vecindario donde podían escucharse los sonidos de una banda tocando música en vivo. "¡Música! ¡Vamos!" - exclamó Fausto emocionado.

Nenina y Ricardo no pudieron resistirse a esa expresión tan tierna en el rostro de su nieto así que decidieron llevarlo al parque para disfrutar juntos del espectáculo musical. Cuando llegaron al parque, Fausto quedó maravillado con los instrumentos musicales y la energía de los músicos.

Se acercó corriendo al escenario e intentaba bailar sin caerse mientras sus abuelos lo seguían atentamente. De pronto, uno de los músicos notó la presencia del pequeño Fausto entre el público y decidió invitarlo a subir al escenario para tocar junto con ellos.

Con la ayuda de sus abuelos, Fausto subió al escenario y se sentó detrás de la batería. Los músicos comenzaron a tocar una canción y Fausto seguía el ritmo con su tambor.

Sus abuelos no podían contener las lágrimas de emoción al ver lo feliz que estaba su nieto. Cuando terminó la canción, los músicos aplaudieron a Fausto y le dieron un pequeño trofeo como recuerdo. Fausto estaba radiante de felicidad y sus abuelos también.

"¡Eso fue increíble, Fausto! ¡Tocaste muy bien!" - dijo Ricardo emocionado. "Sí, eres todo un artista" - agregó Nenina mientras le daba un beso en la mejilla. Desde ese día, Fausto siguió tocando música con más entusiasmo que nunca antes.

Cada vez que visitaba a sus abuelos les pedía jugar con su tambor para practicar más. Y aunque todavía era muy pequeño para entenderlo, esa experiencia en el parque había sido un gran impulso para seguir persiguiendo sus sueños musicales.

Nenina y Ricardo siempre recordarán aquel día especial cuando vieron brillar los ojos de su nieto al subir al escenario por primera vez. Una historia inspiradora sobre cómo la música puede cambiar las vidas de las personas sin importar cuán jóvenes sean.

FIN.

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