El Último Día de LUZ
Había una vez en un pequeño pueblo llamado LUZ, donde la gente vivía en armonía y siempre había luz en la calle. Pero un día, los habitantes de LUZ comenzaron a notar que el sol se oscurecía. Las risas de los niños, el canto de los pájaros y el murmullo del río se apagaron lentamente, y un ambiente de inquietud se apoderó del pueblo.
Un grupo de amigos, formado por Sofía, Mateo y Bruno, decidió averiguar por qué el sol se estaba apagando. Sofía, siempre curiosa, dijo:
"¿Y si hacemos una expedición hasta la cima de la montaña más alta? Tal vez desde allí podamos ver lo que pasa!"
Mateo, que era el más valiente, respondió:
"Súper idea, Sofía! Véamos qué hay allí, siempre nos hablaron de ese lugar misterioso."
Bruno, el más pensativo, agregó:
"Debemos asegurarnos de llevar provisiones y abrigarnos. Nunca sabemos qué nos espera."
Así que los tres amigos juntaron algunas cosas: agua, galletas y una linterna. Despidieron a sus padres, que les dijeron un poco preocupados:
"Cuídense mucho, chicos. No se alejen demasiado."
Pero los amigos estaban decididos a encontrar la fuente del problema.
Al llegar a la montaña, cada paso se volvió más difícil. El cielo había tomado un color gris y el frío se hacía sentir. Cuando llegaron a la cima, se encontraron frente a una cueva oscura.
"¿Qué haremos ahora? Este lugar da miedo", murmuró Mateo.
"Tal vez ahí encontramos la respuesta", sugirió Sofía.
"Yo puedo ir primero con la linterna", se ofreció Bruno, con la luz temblando en su mano.
Al entrar en la cueva, se dieron cuenta de que no estaban solos. Un extraño ser, parecido a un dragón pero muy diferente, les habló con una voz suave:
"Bienvenidos, pequeños aventureros. Soy Aurel, el guardián de la luz. He estado observando su pueblo. La luz se está apagando porque la tierra se siente triste. La gente ha olvidado cuidar de su hogar."
Los amigos, confundidos, le preguntaron:
"¿Cómo podemos ayudar?"
Aurel respondió:
"Cada vez que alguien contamina, o no cuida el agua, o deja basura, la luz se apaga un poco más. Deben enseñar a todos en su pueblo cómo cuidar el mundo, porque solo así la luz volverá."
Decididos a hacer un cambio, los amigos regresaron al pueblo. Pero, antes de hacerlo, Aurel les dio un regalo:
"Aquí tienen unas semillas luminosas. Plántenlas en su pueblo y cada vez que alguien haga algo bueno por la naturaleza, estas crecerán más y más, llenando a LUZ de energía."
Los chicos estaban entusiasmados. Al llegar a LUZ, contaron su aventura a todos:
"¡Debemos cuidar nuestro ambiente! ¡Cada acción cuenta!"
Los habitantes se unieron y empezaron a limpiar las calles, plantar árboles y poner carteles sobre la importancia de cuidar el planeta.
Con cada acción, las semillas luminosas empezaron a brotar. La luz comenzó a regresar al pueblo y el sol a brillar con fuerza nuevamente.
"¡Miren, las semillas están brillando más!", gritó Sofía con entusiasmo.
"Sí, y todo gracias a nuestro esfuerzo juntos!", dijo Mateo, orgulloso.
"Nunca olvidemos cuidar nuestro hogar", añadió Bruno, mirando hacia el cielo azul.
El pueblo de LUZ volvió a ser el lugar lleno de alegría, y desde ese día, todos recordaron que la luz solo brilla si cuidamos de nuestro mundo. Así, Aurel sonrió desde su cueva, satisfecho de que los niños habían aprendido la lección más importante de todas: cuidar el planeta es cuidar de la luz que hay en cada uno de nosotros.
FIN.