El Último Día de Samara



Era un día soleado en el barrio de la Bajada, y la pequeña Samara estaba un poco nerviosa. Desde hacía semanas, su familia había decidido mudarse a una ciudad nueva. Hoy, sería su último día jugando con sus amigos del parque. Samara no sabía cómo despedirse; estaba contenta por la nueva aventura, pero triste por dejar atrás a sus amiguitos.

En el parque, sus amigos la esperaban ansiosos. Al llegar, todos la saludaron con grandes sonrisas.

"¡Hola, Samara! ¿Vamos a jugar al escondite?" - gritó Lucas, su mejor amigo.

"Sí, pero primero tengo que contarles algo..." - respondió Samara, con la voz un poco temblorosa.

Los chicos se hicieron un círculo alrededor de ella, y la miraron con curiosidad.

"Voy a mudarme... y hoy es mi último día aquí" - dijo Samara, tratando de no llorar.

Todos se quedaron en silencio, hasta que Valentina, una de sus amigas, exclamó:

"Pero eso no puede ser!"

"¿Por qué no?" - preguntó Samara, decepcionada.

"Podemos mantenernos en contacto. ¡Hay teléfonos e internet!" - dijo Tomás, lleno de entusiasmo.

"Pero no será lo mismo, no podré jugar con ustedes todos los días..." - contestó, con un nudo en la garganta.

Entonces, Lucas y el resto de sus amigos comenzaron a pensar en cómo podrían seguir jugando a pesar de la distancia.

"¡Hagamos una lista de juegos que podamos jugar por videollamada!" - sugirió Valentina.

"¡Sí! Y también podemos hacer un álbum de fotos de todas nuestras aventuras juntos" - propuso Tomás.

Con cada idea, Samara comenzó a sentirse un poco mejor. La tristeza daba paso a la emoción, y su corazón se llenaba de esperanza.

"Podemos hacer una competencia de quién tiene el mejor dibujo y compartirlo por nuestras tablets" - añadió Lucas mientras hacía el gesto de dibujar con su mano.

"¡Y cada semana podemos elegir un tema y contar cuentos por videoconferencia!" - dijo Samara, sintiéndose más animada.

De repente, se les ocurrió una idea brillante.

"Podemos hacer un club de aventuras a distancia, y cada uno contará nuestras historias de cómo es vivir en sus nuevas ciudades" - mencionó Valentina.

Samara sonrió.

"Eso suena genial, como si estuviéramos explorando juntos aunque estemos lejos."

Y así, los amigos empezaron a anotar cada idea en el suelo con tiza de colores. Se olvidaron de la tristeza de la despedida mientras se ríen y juegan aun más.

"Necesitamos un nombre para nuestro club!" - dijo Lucas, emocionado.

"¿Qué les parece los Exploradores de la Amistad?" - sugirió Samara, llenando de colores las letras.

Todos aplaudieron la idea.

"¡Eso es, un club de Exploradores de la Amistad!" - gritó Tomás.

Cuando llegó la hora de decir adiós, Samara estaba menos triste.

"Aunque no estaré cerca, siempre estaré con ustedes en mis pensamientos. ¡Prométanme que empezaremos nuestro club ya!"

"¡Siempre, Samara!" - gritaron al unísono sus amigos, con una sonrisa en el rostro.

Samara abrazó a cada uno y les dejó un dibujo de un sol brillante y el logo del club que habían creado.

"No se olviden de mí. Y recuerden, la distancia nunca podrá separar a los verdaderos amigos" - dijo Samara con una lágrima en su ojo, pero con una sonrisa en su cara.

Y aunque Samara se fue, dejó una parte de su corazón en el parque, donde cada rayo de sol recordaba la alegría que compartieron.

A partir de ese día, Samara y sus amigos siguieron con su club de Exploradores de la Amistad, disfrutando de nuevas historias e inventando juegos juntos, como si la distancia no existiera.

Y así, todos aprendieron que la amistad no tiene fronteras, y que siempre se puede encontrar la manera de mantenerse unidos, aun cuando las circunstancias cambian.

Desde aquel día, cada vez que la luna salía, Samara sonreía sabiendo que sus amigos estaban mirando el mismo cielo y que la amistad siempre sería su mejor aventura.

FIN.

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