El Último Hielero de Chimborazo
En un pequeño pueblo situado al pie del majestuoso volcán Chimborazo, vivía un hombre llamado Baltazar Ushca, conocido como el último hielero del lugar. Todos en el pueblo lo querían mucho, ya que su trabajo era fundamental para mantener frescas las bebidas y los alimentos de la región. Baltazar subía todas las mañanas a lo alto del volcán para recoger el hielo que se formaba en las rocas, un trabajo que requería esfuerzo y dedicación.
Un día, mientras Baltazar cargaba su carga de hielo, escuchó un estruendo. Al mirar hacia atrás, vio a un grupo de niños corriendo en su dirección, muy excitados y gritando.
"¡Baltazar, Baltazar!" - gritó uno de los niños, llamado Tito, que se posicionó frente a él con los ojos brillantes de emoción.
"¿Qué sucede, Tito?" - preguntó Baltazar, empleando su voz más amable y paciente.
"¡Se viene la fiesta de la cosecha! Pero dicen que no habrá hielo para las bebidas y los helados. ¡Los adultos están muy preocupados!" - exclamó Tito, mirando a Baltazar con esperanza.
Baltazar se quedó pensativo por un momento. La fiesta era una tradición en el pueblo y todos esperaban con ansias el gran evento. Sin hielo, la celebración no sería la misma.
"No se preocupen, iré a buscar más hielo para que la fiesta sea grandiosa" - afirmó Baltazar.
Los niños aplaudieron y empezaron a hacer planes sobre lo que harían en la fiesta. Baltazar sonrió, pero sabía que el viaje al volcán no sería fácil. Así que, al día siguiente, se puso su poncho, agarró su pica y comenzó su ascenso hacia el cráter.
Mientras Baltazar subía, se encontró con el amigo que no había visto en años, un viejo colibrí llamado Nico. Nico voló a su alrededor, revoloteando alegremente.
"¡Baltazar! ¡Me alegro de verte! ¿A dónde vas tan apresurado?" - preguntó el colibrí.
"Voy a buscar hielo para la fiesta de la cosecha, Nico. ¡Los niños están muy emocionados!" - respondió Baltazar.
"¿Te puedo ayudar?" - preguntó Nico, emocionado.
Y así, Baltazar y Nico trabajaron juntos. Mientras Baltazar picaba el hielo, Nico volaba rápido y traía información sobre los mejores lugares para encontrarlo. Pasó un largo día, y cuando al fin lograron llenar la carretilla de hielo, ambos estaban exhaustos pero felices.
"¡Lo logramos, Baltazar!" - gritó Nico mientras danzaba en el aire.
"Así es, amigo. Ahora podemos ir a la fiesta y ayudar a los niños" - respondió Baltazar, sintiendo cómo la emoción crecía dentro de él.
Cuando bajaron al pueblo, la fiesta ya había comenzado. Todos estaban vestidos con trajes coloridos y los aromas de la comida llenaban el aire. Baltazar puso el hielo en un gran barril, y los niños saltaron de alegría.
"¡Gracias, Baltazar! ¡La fiesta será increíble!" - dijeron los niños mientras llenaban sus vasos con limonada muy fría.
La música comenzó a sonar, la gente bailaba, y Baltazar se sintió muy feliz al ver a todos disfrutar de la celebración. Pero, en medio de la fiesta, se dio cuenta de que la tarde se estaba oscureciendo y la gente iba a empezar a irse a casa.
"¡Rápido, Baltazar! ¡Vamos a hacer un último juego!" - sugerió Tito, emocionado.
Baltazar miró a su alrededor y vio a todos los niños sentados en círculo.
"Claro, hagamos un juego. ¿Qué les parece si cuentan historias sobre el volcán y los hieleros?" - propuso Baltazar.
Y así, mientras la luna comenzaba a brillar, Baltazar narró historias sobre sus aventuras en el Chimborazo, cómo encontraba hielo incluso en los días más calurosos, y cómo eso ayudaba a su pueblo. Los niños escuchaban con atención y los adultos también se unieron.
Allí, bajo el cielo estrellado, Baltazar comprendió que su trabajo era más que recoger hielo; era una forma de unir a las personas, de crear recuerdos y compartir momentos especiales.
Al amanecer del día siguiente, el pueblo despertó con sonrisas, recordando cómo la fiesta fue un éxito gracias al último hielero. Baltazar se convirtió en el héroe del pueblo, no solo por su trabajo, sino también por su generosidad y su deseo de ver felices a los demás.
Y así, Baltazar Ushca continuó con su labor, cada día llevando hielo a su pueblo y cada noche compartiendo historias que unían aún más a su comunidad. Y aunque algunos dudaban que su trabajo fuera importante, todos supieron reconocer que gracias a él, el espíritu de la fiesta y la unión del pueblo jamás se desvanecerían.
FIN.