El Último Huevo del Dragón



Había una vez, en una isla mágica llamada Luminara, un reino donde humanos y animales mitológicos coexistían en armonía. Cada día era una celebración de amistad, donde los dragones, unicornios y faunos compartían historias con los humanos. Pero un día, la paz fue interrumpida cuando algunos humanos, movidos por la codicia, decidieron declarar la guerra a los animales mitológicos.

La noche anterior a la batalla, el dragón guardián de Luminara, un magnífico dragón de escamas doradas llamado Aurelian, despertó de su letargo. Con un poderoso rugido, separó la isla en dos: un lado quedó para los humanos y el otro para los seres mitológicos. "No permitiré que la avaricia destruya nuestra tierra", dijo Aurelian.

Los humanos, al ver a Aurelian, sintieron miedo, pero había quienes anhelaban el poder de los huevos de dragón, que se decía otorgaban fuerza y sabiduría. Durante mil años, cada dragón puso tres huevos en su vida, y la leyenda decía que si un humano lograba conseguir uno, tendría el poder de un dragón.

Los humanos comenzaron a idear planes para robar los huevos. "Debemos ser astutos", decía un joven humano llamado Tomás. "Si conseguimos un huevo, seremos invencibles." Pero en el lado de los mitológicos, conocían de la codicia humana y se preparaban para defender los huevos.

Mientras tanto, Aurelian observaba. "No puedo dejar que los inocentes sean destruidos", murmuró. Decidió que debía encontrar un modo de restaurar la paz. Con su magia, convocó a los dragones y todos los seres mitológicos para una reunión.

"Debemos mostrarles que la codicia solo trae dolor", dijo Aurelian. "Nuestro deber es cuidar la isla y proteger los huevos, pero también hay que enseñar a los humanos una lección".

En el lado de los humanos, Tomás escuchaba a sus amigos hablar sobre la guerra, pero no podía dejar de pensar en la belleza de la isla y en las maravillosas criaturas que la habitaban. Un día, mientras paseaba cerca de la frontera, encontró un pequeño dragón azul que había quedado atrapado en una trampa.

"¡Ayuda!" gritó el dragón.

Tomás, sin pensarlo dos veces, rompió la trampa. "¡No te preocupes! Estás a salvo ahora", le dijo al dragón.

El dragón, que se llamaba Lúcido, sonrió con gratitud. "Gracias, humano. Puedo mostrarte la belleza de esta isla y la verdad sobre los huevos de dragón".

Tomás decidió seguir a Lúcido al reino mitológico. Por primera vez, vio la magia que existía en la isla. "No son solo criaturas, son seres vivos con sentimientos", se dio cuenta.

Mientras tanto, los otros humanos se preparaban para atacar. Pero Tomás sabía que tenía que actuar. "¡Esperen!" gritó. "No podemos destruir lo que no entendemos. Hay tanto que aprender de ellos."

Los humanos lo miraron con confusión. "¿Qué querés decir?" preguntó uno de ellos.

"Los dragones son nuestros amigos, no nuestros enemigos. Nos cuidaron durante siglos. Debemos encontrar un modo de vivir juntos."

Impactados por las palabras de Tomás, los humanos comenzaron a cuestionar sus acciones. En ese momento, Aurelian apareció ante ellos. "¿Vienen a robar o a aprender?" preguntó con una voz profunda que resonó en la isla.

Los humanos, asustados pero intrigados, respondieron: "Queremos aprender. Ya no queremos pelear.", dijo Tomás con determinación.

Aurelian sonrió. "Es posible encontrar la paz. Los huevos de dragón no son objetos de poder, son símbolos de unión y cuidado. Si quieren vivir en armonía, deben cuidar la isla como lo hacemos nosotros."

Desde ese día, los humanos y los seres mitológicos trabajaron juntos. En lugar de pelear por los huevos, decidieron cuidarlos como un tesoro compartido. Aurelian, satisfecho, los miró con orgullo, sintiendo que su misión había logrado un efecto y que la paz habría de perdurar.

Así, la isla de Luminara volvió a ser un lugar de alegría, donde todos aprendieron que la verdadera fuerza está en la amistad y el respeto. Los dragons nunca olvidaron la lección, y humanos y mitológicos unieron sus fuerzas para proteger la tierra que tanto amaban.

FIN.

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