El Universo de Mateo


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, un niño llamado Mateo que soñaba con ser astronauta. Desde muy chico, miraba las estrellas todas las noches y se maravillaba con el universo.

Su habitación estaba llena de libros sobre planetas, cohetes y exploración espacial. Un día, mientras paseaba por el parque del pueblo, Mateo encontró a un anciano sentado en un banco alimentando palomas.

El anciano sonrió al ver al niño y le preguntó: "¿Qué es lo que más deseas en la vida, jovencito?". Mateo emocionado respondió: "¡Quiero ser astronauta y viajar al espacio para descubrir nuevos mundos!". El anciano asintió con sabiduría y le entregó a Mateo un pequeño telescopio.

"Este telescopio perteneció a mi abuelo, quien también soñaba con las estrellas. Nunca dejes de perseguir tus sueños, Mateo", dijo el anciano antes de desaparecer entre los árboles del parque.

Mateo llevó el telescopio a su casa y comenzó a observar el cielo cada noche con más detalle. Un día, mientras miraba por el telescopio, vio algo brillante en la distancia. Eran unas luces parpadeantes que parecían venir del espacio exterior.

Intrigado, Mateo decidió investigar qué eran esas luces misteriosas. Con la ayuda de sus amigos Luna y Tomás, construyeron juntos un pequeño cohete impulsado por globos aerostáticos. "-¡Vamos rumbo a las estrellas!", exclamó Mateo emocionado mientras subían al cohete improvisado.

El cohete se elevó lentamente hacia el cielo nocturno, guiados por las luces parpadeantes que habían visto desde la Tierra.

Mientras ascendían entre nubes de algodón iluminadas por la luna llena, Mateo recordó las palabras del anciano: "Nunca dejes de perseguir tus sueños". Finalmente llegaron cerca de aquellas luces misteriosas y descubrieron que eran luciérnagas espaciales bailando en la oscuridad cósmica. Maravillados por la belleza del espectáculo natural, los tres amigos rieron y jugaron junto a las luciérnagas hasta el amanecer.

Al regresar a Villa Esperanza al amanecer, Mateo comprendió que aunque no pudiera viajar al espacio exterior como astronauta profesional aún podía explorar nuevos mundos dentro de su propia imaginación y creatividad.

Desde ese día en adelante, Mateo siguió observando las estrellas todas las noches pero ahora lo hacía con una nueva perspectiva: sabiendo que los sueños pueden llevarnos tan lejos como queramos si tenemos fe en nosotros mismos y en nuestro potencial para crear magia donde menos lo esperamos.

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