El valiente encuentro de Dodda
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Dulzura, una niña llamada Dodda. Dodda era conocida por ser muy cariñosa y siempre repartir sonrisas a todos los que se cruzaban en su camino.
Sin embargo, tenía un gran miedo a los insectos, especialmente a las cucarachas y arañas.
Un día soleado de primavera, mientras Dodda paseaba por el parque con su bolsita llena de caramelos, vio algo que la llenó de terror: una enorme cucaracha correteando por el césped. Dodda soltó un grito y salió corriendo tan rápido como pudo, dejando caer todos sus dulces. -¡Ayuda! ¡Una cucaracha gigante! -gritaba Dodda mientras corría sin mirar atrás.
Dodda llegó a su casa respirando agitada y se encerró en su habitación. Estaba decidida a no salir hasta estar segura de que la cucaracha había desaparecido para siempre.
Mientras tanto, en el parque, la cucaracha se había escondido debajo de un banco y observaba tristemente los caramelos regados por el suelo. Esa noche, Dodda no podía dormir pensando en la cucaracha. Le dolía haber perdido sus dulces y sabía que debía enfrentar su miedo para poder recuperarlos.
Así que al amanecer del día siguiente, armada con valentía y un spray anti-insectos, decidió volver al parque.
Cuando llegó al lugar donde vio a la cucaracha, notó algo inesperado: la cucaracha seguía allí pero esta vez parecía asustada y acorralada por un grupo de niños traviesos que querían molestarla. Sin dudarlo, Dodda se acercó lentamente y les pidió a los niños que dejaran en paz a la pobre cucaracha. -¡Chicos! No está bien asustar a los animales. Ellos también merecen respeto -dijo Dodda con firmeza.
Los niños se detuvieron sorprendidos por las palabras de Dodda y finalmente dejaron escapar a la indefensa cucaracha. Esta salió corriendo hacia unos arbustos cercanos mientras Dodda recogía sus caramelos del suelo.
Desde ese día, Dodda ya no le temía tanto a las cucarachas ni arañas. Comprendió que todos los seres vivos merecen respeto y comprensión, incluso aquellos que nos generan miedo. Además, aprendió que enfrentando nuestros miedos podemos descubrir nuestra propia valentía interior.
Y así, entre risas y dulces compartidos con nuevos amigos (incluida una pequeña araña llamada Tejita), Dodda siguió iluminando Villa Dulzura con su amor incondicional y enseñanzas sobre el respeto hacia todas las formas de vida.
FIN.