El valiente Hernán y el laberinto encantado
Había una vez un niño llamado Hernán, que era valiente como ningún otro. Desde pequeño, no conocía el miedo y siempre se aventuraba en todo tipo de situaciones sin titubear.
Un día soleado, mientras jugaba en el parque con sus amigos, escuchó un murmullo entre ellos. Se acercó curioso y preguntó: "¿Qué están diciendo?"Sus amigos lo miraron sorprendidos y uno de ellos respondió: "Estamos hablando del desafío del laberinto encantado.
Dicen que nadie ha logrado llegar al final porque es muy aterrador". Hernán sonrió confiado y dijo: "No hay nada que me asuste, ¡seguro puedo completarlo!". Sus amigos dudaron pero le desearon suerte. Esa misma tarde, Hernán se dirigió al laberinto encantado.
Era un lugar misterioso rodeado de altos arbustos y árboles frondosos. A medida que avanzaba por los pasillos estrechos, podía sentir la oscuridad crecer a su alrededor. De repente, escuchó unos ruidos extraños detrás de él.
Se dio vuelta rápidamente pero no había nadie allí. Continuó caminando cada vez más rápido, tratando de ignorar su inquietud. Mientras tanto, sus amigos observaban desde afuera con preocupación.
Sabían que el laberinto tenía trampas y criaturas espeluznantes esperando para asustar a los intrépidos exploradores. Hernán llegó a una bifurcación en el camino y decidió tomar el camino de la derecha. Pero cuando giró la esquina, se encontró con una enorme araña colgando justo frente a él.
Hernán dio un paso atrás, pero en lugar de retroceder, decidió enfrentar su miedo. Se acercó lentamente a la araña y le dijo: "No tengo miedo de ti".
La araña se quedó quieta por un momento y luego desapareció en el aire. Hernán sonrió satisfecho y siguió adelante. A medida que avanzaba, las trampas del laberinto se volvían más complicadas.
Puertas que crujían, fantasmas que aparecían de repente y pasillos oscuros llenos de murmullos inquietantes eran solo algunos de los obstáculos que debía superar. En cada situación, Hernán mantenía su valentía intacta. Gritaba a los fantasmas para que desaparecieran y caminaba con determinación hacia las puertas chirriantes.
Aunque su corazón latía fuerte, no permitió que el miedo lo detuviera. Finalmente, después de mucho esfuerzo y coraje, llegó al final del laberinto encantado. Sus amigos lo esperaban afuera emocionados. "¡Hernán, lo lograste!", exclamaron mientras lo rodeaban en celebración. Hernán sonrió orgulloso pero también humilde.
Había aprendido una gran lección esa tarde: el valor no era la ausencia total de miedo, sino enfrentarlo sin importar cuánto te asuste.
Desde ese día en adelante, Hernán siguió siendo valiente pero también aprendió a respetar sus temores y los de los demás. Comprendió que el miedo puede ser una señal de precaución y que no siempre es malo tenerlo. Con su valentía y sabiduría recién adquirida, Hernán se convirtió en un gran líder entre sus amigos.
Juntos, exploraron nuevos desafíos y aventuras, superando obstáculos con coraje y respeto por los temores que encontraban en el camino.
Y así, Hernán demostró al mundo que la verdadera valentía no reside en la ausencia de miedo, sino en la capacidad de enfrentarlo y seguir adelante.
FIN.