El valiente viaje de Agustín


Había una vez un niño llamado Agustín, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un hermoso bosque. Agustín era muy cariñoso y siempre buscaba la forma de hacer felices a las personas que amaba.

Un día, decidió sorprender a su abuelita llevándole unas deliciosas galletitas caseras. Agustín sabía que el camino hacia la casa de su abuelita atravesaba el bosque, pero eso no le preocupaba en absoluto.

Sabía que debía ser valiente y cuidadoso, ya que el bosque podía ser un lugar misterioso y lleno de sorpresas. Empacó las galletitas en una caja especial y se despidió de su mamá. "No te alejes demasiado del camino principal", le advirtió ella con una sonrisa amorosa.

Agustín caminó confiado por el sendero hasta llegar al borde del bosque. Miró hacia adentro y vio árboles altos y frondosos, pájaros cantando melodías alegres y mariposas revoloteando entre las flores silvestres.

Sin embargo, mientras caminaba más profundo dentro del bosque, comenzó a sentirse un poco perdido. Los árboles parecían todos iguales y no veía ningún indicio claro para orientarse. - ¿Abuelita? -llamó Agustín con voz temblorosa-. ¿Estás aquí? Silencio fue lo único que recibió como respuesta.

Agustín empezó a preocuparse pero recordó las palabras de su mamá: "No te alejes demasiado del camino principal". Decidido a encontrar a su abuelita, siguió caminando con valentía.

De repente, Agustín escuchó un ruido extraño proveniente de un arbusto cercano. Se acercó cautelosamente y descubrió una pequeña ardilla atrapada en una red. - ¡Pobrecita ardillita! -exclamó Agustín-. No te preocupes, te ayudaré a salir de aquí.

Con mucho cuidado, Agustín liberó a la ardilla de la red y esta corrió rápidamente hacia los árboles. Agradecida, la ardilla le dio unas palmaditas en el hombro antes de desaparecer entre las ramas. Agustín continuó su camino y pronto encontró un arroyo cristalino que bloqueaba su paso.

No sabía cómo cruzarlo sin mojarse los pies y arruinar las galletitas. - ¿Qué haré ahora? -se preguntaba Agustín mientras miraba alrededor buscando alguna solución-.

¡Ah! ¡Un puente! Agustín encontró un tronco caído que formaba un puente natural sobre el arroyo. Con mucha concentración y equilibrio, logró cruzar sin problemas hacia el otro lado. Al llegar al final del bosque, vio una casita pequeña pero muy acogedora. Era la casa de su abuelita.

Golpeó la puerta con entusiasmo y ella lo recibió con una gran sonrisa. - ¡Mi querido Agustín! -exclamó su abuelita emocionada-.

¿Cómo supiste que tenía antojo de galletitas? Agustín rió felizmente y le contó todas las aventuras que había vivido en el bosque para llegar hasta allí. Su abuelita lo escuchaba atentamente, maravillada por la valentía y determinación de su nieto.

Desde ese día, Agustín aprendió que a veces los caminos pueden ser difíciles y llenos de obstáculos, pero si uno es valiente y perseverante, siempre encontrará una forma de superarlos. Y así fue como Agustín se convirtió en un niño aún más valiente y admirado por todos en su pueblo. Y colorín colorado, esta historia ha terminado.

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