El Valiente Viaje de Tomás



Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo con sus padres y sus tres hermanos. Todos los días, al amanecer, su madre le decía:

"Tomás, necesito que vayas a comprar al mercado hoy."

Desde pequeñito, Tomás había hecho el mismo recorrido, aprendiendo a conocer cada rincón del camino. Sus padres le habían enseñado lecciones valiosas sobre la vida: no hablar con extraños y respetar a los mayores.

Un día, mientras caminaba hacia el pueblo, se encontró con un anciano sentado bajo un árbol. El hombre tenía una larga barba blanca y un sombrero de paja. Tomás recordó las palabras de su madre sobre no hablar con extraños, pero la curiosidad lo llevó a acercarse.

"¿De dónde venís, muchacho?" preguntó el anciano con una voz suave.

"Voy al mercado a comprar verduras para mi madre," respondió Tomás.

"¿Sabes que a veces hay más de lo que parece a simple vista?" dijo el anciano con una sonrisa.

Intrigado, Tomás se quedó un momento más.

"¿Como qué?" inquirió.

"Como los secretos de la vida, que están escondidos en cada esquina. A veces, hay que arriesgarse para encontrarlos."

Tomás sonrió, pero recordó que no debía hablar demasiado y, tras despedirse, continuó su camino. Sin embargo, algo en las palabras del anciano lo hizo reflexionar.

Al llegar al mercado, mientras buscaba los ingredientes, una sombra lo interceptó. Era una niña con una cesta en la mano.

"¡Hola! Estoy buscando frutas. ¿Sabés dónde puedo encontrarlas?" preguntó.

Tomás recordó su lección y respondía.

"No sé si debería hablar con vos, pero podríamos preguntar juntos a alguien que sepa."

Ambos se dirigieron a un vendedor mayor.

"Disculpe, señor, ¿dónde podemos encontrar las mejores frutas?"

El anciano vendedor sonrió al ver a los niños.

"Justo aquí por la esquina. A veces, lo que buscamos está más cerca de lo que pensamos," respondió.

Tomás se sintió orgulloso de haber respetado la advertencia de sus padres al mismo tiempo que ayudaba a la niña.

Después de comprar lo que su madre necesitaba, decidió explorar un poco más el mercado. Mientras paseaba, vio una carpa donde había un concurso de talentos.

"¡Tomás, ven a ver!" gritó un grupo de niños.

Al observar las actuaciones, se dio cuenta de que el anciano tenía razón. Optar por abrirse a nuevas experiencias podía ser una aventura única.

Sin pensarlo, decidió participar.

"Voy a contar una historia. Una que mi madre me contó muchas veces..."

El público escuchaba atentamente, y Tomás empezó a relatar sobre un héroe que siempre ayudaba a los demás.

Al terminar, recibió aplausos y sonrisas. Se sintió valiente, como nunca.

Al regresar a casa, su madre lo miró con orgullo.

"¿Y cómo te fue hoy?"

"Aprendí que a veces hay que arriesgarse para descubrir cosas nuevas. Aunque debo recordar siempre los mejores valores."

Su madre sonrió y dijo:

"Exactamente, hijo. Aprender y crecer son parte de la vida, pero siempre con respeto y valentía."

Y así, Tomás no solo llevó las compras a casa, sino también un corazón lleno de nuevas experiencias y valiosas enseñanzas.

A partir de ese día, siempre que salía al pueblo, recordaba que había más de lo que los ojos podían ver, siempre que tuviera el valor y la curiosidad de buscarlo.

FIN.

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