El Valor de Compartir
Había una vez en un barrio soleado de Buenos Aires, una niña llamada Lucía. A Lucía le encantaban sus juguetes: sus muñecas, sus bloques de construir y su romántica casita de muñecas. Sin embargo, había algo que no le gustaba nada: ¡no le gustaba compartir!
Un día, en la plaza del barrio, Lucía estaba jugando con su camión de bomberos. En eso, se acercaron dos chicos: Mateo y Ana.
"¡Lucía! ¿Podés prestarnos tu camión de bomberos un rato?" - pidió Mateo, con una sonrisa.
Lucía frunció el ceño.
"No, es mío y no quiero prestarlo. Porque si lo prestara, no sería mío y podría romperse." - dijo con voz firme.
Mateo y Ana se miraron y se sintieron tristes, así que se fueron a jugar con otros juguetes.
Al ver que sus amigos se alejaban, Lucía sintió un pequeño vacío en su corazón. Pero ella no quería admitir que se había sentido sola. Así que siguió jugando, aunque ya no era tan divertido.
Al rato, se acercó su abuela Rosa, que la había estado observando desde un banco cercano.
"¿Te divertís, Lucía?" - preguntó su abuela con voz amable.
"Más o menos. Pero nadie quiere jugar conmigo porque no quiero prestar mis juguetes" - respondió Lucía, crujiendo los labios.
La abuela Rosa se sonrió y le dijo:
"Podés tener muchos juguetes, querida, pero la verdadera diversión viene de compartirlos. ¿Te acordás de cuando compartiste tus galletitas en el cumpleaños de Mateo? Todos se divirtieron, y a vos te gustaría repetirlo, ¿verdad?"
Lucía pensó por un momento. En su cumpleaños, había compartido sus galletitas con todos y había sido genial.
"Pero... si los juguetes se rompen..." - insistió Lucía con un tono de preocupación.
"Tal vez, pero los amigos son más importantes que las cosas materiales. Cuando compartís, también creás recuerdos. Y si algo se rompe, siempre podés arreglarlo o hacer algo nuevo juntos." - le explicó su abuela con ternura.
La abuela le dio un abrazo cálido que la hizo sentir más segura. Entonces, Lucía tuvo una idea.
"Voy a invitar a Mateo y Ana a jugar con mis juguetes. Voy a probar a compartir, como hicimos con las galletitas." - dijo, decidida.
Corrió hacia donde estaban sus amigos.
"¡Chicos, volvé!" - gritó mientras agitaba los brazos.
Mateo y Ana, alentados por el entusiasmo de Lucía, regresaron.
"¿Qué pasa?" - preguntó Ana, un poco confundida.
"Quiero jugar juntos y prestarles mi camión de bomberos. ¡Podemos armar un gran rescate!" - dijo Lucía, sonriendo.
Los ojos de Mateo y Ana brillaron de alegría.
"¡Sí! Vamos a hacer que el camión llegue a todos lados!" - exclamó Mateo, emocionado.
Y así, comenzaron a jugar juntos. Lucía se divirtió mucho, sin darse cuenta de que, al compartir, había creado nuevos momentos felices. El camión de bomberos fue el héroe de la tarde, ayudando a cada muñeco que necesitaba rescate. A medida que construían y jugaban, Lucía sintió que su corazón se llenaba de alegría.
Después de un rato, Lucía miró a sus amigos y les dijo:
"Gracias por jugar. ¡Me encanta compartir!"
Mateo le respondió:
"Y a nosotros nos encanta que compartas. ¡Es mucho más divertido!"
Esa tarde, Lucía aprendió que compartir no solo trae felicidad a los demás, sino que también le brinda a uno mismo una alegría que no se podía comprar. Desde aquel día, Lucía siempre estaba dispuesta a compartir sus juguetes, y su corazón se llenaba de amor cada vez que lo hacía.
La abuela Rosa los observaba desde lejos, satisfecha de ver cómo su pequeña aprendió el valor de compartir. Y así, el barrio se llenó de risas, juegos y una hermosa amistad, todo gracias a la valiente decisión de Lucía de abrir su corazón.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.