El Valor de Escuchar
Era un soleado día en la escuela primaria San Martín. El patio vibraba con risas y gritos de alegría, mientras los niños jugaban al fútbol, salteaban la cuerda o intercambiaban canicas. Entre ellos, se encontraba Joaquín, un niño moreno de 12 años. Su sonrisa iluminaba su rostro y sus ojos brillaban de emoción mientras correteaba de un lado a otro, disfrutando del juego.
Sin embargo, había algo que siempre lograba interrumpir su diversión. Cada vez que sonaba la alarma de emergencia, Joaquín se sentía un nudo en el estómago. El fuerte pitido lo llenaba de pánico, y no podía evitar correr hacia el aula, buscando refugio de aquel ruido ensordecedor.
Ese día, estaban jugando una emocionante partida de fútbol cuando, de repente, la alarma empezó a sonar. Joaquín sintió que el corazón le latía más rápido.
- “¡Es la alarma! Yo no puedo quedarme aquí! ” - gritó, mientras zambullía el balón bajo su brazo y echaba a correr hacia el aula.
Sus amigos lo miraron con sorpresas y preocupaciones.
- “¡Joaquín! ¡No es una verdadera emergencia! ” - le gritó Mateo, uno de sus mejores amigos.
- “No importa, yo me asusto igual” - respondió Joaquín mientras subía las escaleras a toda prisa.
Una vez en el aula, Joaquín se sentó en un rincón, sudoroso y asustado, intentando calmarse. La maestra, la señora Gómez, notó su presencia y se acercó.
- “Joaquín, ¿estás bien? ¿Por qué has subido tan rápido? ” - preguntó con voz tranquila.
- “Me da miedo el ruido, maestra. Quiero estar lejos de él” - confesó Joaquín, con los ojos muy abiertos.
- “Entiendo, Joaquín. Pero, ¿sabes? La alarma no significa que estés en peligro. Es solo un aviso” - explicó la señora Gómez.
- “Pero es muy fuerte y me asusta” - dijo Joaquín, aún inquieto.
la señora Gómez se sentó a su lado y continuó hablando.
- “¿Te gustaría saber cómo funciona? Tal vez entenderlo te haga sentir mejor.”
Joaquín la miró con curiosidad.
- “¿De verdad? ” - preguntó, inclinado hacia ella.
La maestra sonrió y asintió.
- “Sí. La alarma suena para que todos sepamos que debemos estar alerta. Es como una señal de que debemos prestar atención, pero no siempre significa que hay peligro. A veces simplemente se prueba para asegurarse de que funcione. ¿Te gustaría acercarte a la sala de seguridad y ver cómo la usamos? ”
Joaquín dudó por un momento, pero la idea de entender mejor aquello que lo aterrorizaba le dio un poco de valor.
- “Sí, me gustaría saber más” - murmuró, sintiéndose un poco más valiente.
La señora Gómez llevó a Joaquín y a otros niños curiosos a la sala de seguridad. Allí, el encargado explicó cómo se utilizaban las alarmas, qué tipos había y cuándo sonaban.
- “¿Ves? Suena intensa, pero es solo un aviso para que estemos alertas. No pasa nada si sabemos cómo reaccionar” - explicó el encargado, con una sonrisa.
Joaquín escuchaba atentamente, y poco a poco empezó a sentirse más cómodo. Comprendía que el miedo era natural, pero que también podía aprender a enfrentarlo.
- “¿Puedo ayudar a hacer el simulacro el próximo tiempo? ” - preguntó Joaquín, con una chispa de emoción en sus ojos.
- “¡Por supuesto! Así podrás ser parte de la solución y no del miedo” - le respondió el encargado, animándolo.
Joaquín regresó al patio, a jugar con sus amigos, esta vez con un nuevo ánimo. El sonido de la alarma seguiría asustándolo, pero ahora tenía las herramientas para manejar su miedo. Se sentía orgulloso, y confió en que, con el tiempo, podría enfrentarlo mejor. Ya no sería solo un niño que corría, sino también un niño que entendía.
A partir de ese día, cuando sonaba la alarma, Joaquín respiraba profundo y miraba a sus amigos. Juntos, habían aprendido a escuchar y a actuar. Desde entonces, nunca volvió a correr solo al aula, lo enfrentaba con valentía, y sabía que conociendo sus miedos, los podía superar.
Esa experiencia le enseñó que el miedo no era algo malo, sino una oportunidad para crecer, y que siempre podía buscar ayuda y aprender de los demás. Todos tienen algo que aprender, y a veces, hasta de lo que más miedo nos da, se puede construir un puente hacia el valor y la sabiduría.
FIN.