El valor de jugar



Había una vez un niño llamado Martín, a quien le encantaba jugar a todo tipo de juegos. Desde escondidas hasta fútbol, pasando por juegos de mesa y videojuegos, Martín siempre estaba listo para divertirse y competir con sus amigos.

Sin embargo, Martín tenía un problema: no soportaba perder. Cada vez que perdía en algún juego, se enojaba muchísimo y a menudo terminaba gritando o rompiendo cosas.

Sus amigos comenzaron a evitar jugar con él porque no disfrutaban la experiencia cuando Martín se ponía así. Un día, cansado de quedarse solo por su actitud perdedora, Martín decidió hablar con su abuelo, Don Antonio, quien era conocido por ser sabio y paciente.

Se sentaron juntos en el jardín y Martín le contó lo que estaba pasando. "Abuelo, no entiendo por qué me pongo tan mal cuando pierdo. Solo quiero ganar siempre", dijo Martín con tristeza en los ojos.

Don Antonio sonrió y le dijo: "Martín, la vida está llena de victorias y derrotas. Aprender a perder es tan importante como aprender a ganar. Es parte del juego". "Pero abuelo, perder me hace sentir mal", respondió Martín frustrado. "Escucha, Martín", continuó su abuelo.

"Perder no te hace menos valioso ni menos capaz. Es una oportunidad para aprender, mejorar y crecer tanto en el juego como en la vida". Estas palabras resonaron en el corazón de Martín.

Decidió tomar el consejo de su abuelo y practicar perder sin enojarse. Comenzó a jugar nuevamente con sus amigos y cada vez que perdía, respiraba hondo y felicitaba al ganador con una sonrisa sincera.

Con el tiempo, Martín notó un cambio no solo en su actitud hacia los juegos sino también en cómo se sentía consigo mismo. Ya no temía perder; en cambio, lo veía como una oportunidad para superarse a sí mismo.

Un día, durante un partido de fútbol muy reñido entre equipos formados por él y sus amigos, llegaron a la tanda de penales. El turno decisivo era para Martín; si fallaba el gol, su equipo perdería el partido.

Martín recordó las palabras de su abuelo sobre aprender de las derrotas e hizo una pausa antes de lanzar el penal. Respiró hondo, se concentró y chutó la pelota con determinación hacia la red. ¡Gol! El equipo de Martín había ganado.

Sus amigos lo rodearon emocionados celebrando la victoria mientras él les ofrecía una mano amiga a los jugadores del equipo contrario que estaban decepcionados por la derrota.

Desde ese día en adelante, Martín siguió disfrutando de los juegos con sus amigos sin importar si ganaba o perdía porque entendió que lo importante era participar honesta y respetuosamente.

Y así fue como el niño que no le gustaba perder cuando jugaba aprendió una valiosa lección que lo acompañaría toda la vida: en cada derrota hay una oportunidad para crecer y ser mejor persona.

FIN.

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