El valor de la amabilidad
Había una vez en un barrio de Buenos Aires un niño llamado Lucianito, que estaba emocionado porque pronto llegaría al mundo su hermanita Antonella.
Desde que sus papás, Cristian y Angie, le anunciaron la noticia, Lucianito no podía contener su alegría. Estaba ansioso por conocer a su hermanita y convertirse en el mejor hermano mayor. Los días pasaban lentamente para Lucianito mientras esperaba con impaciencia la llegada de Antonella.
Se pasaba horas hablando con ella a través de la pancita de mamá Angie y acariciándola con mucho amor. "Pronto estarás aquí, Antonella. ¡No veo la hora de cuidarte y protegerte!", decía Lucianito con dulzura.
Una mañana soleada, Cristian y Angie se prepararon para ir al hospital porque era el día en que Antonella vendría al mundo. Lucianito estaba tan emocionado que no paraba de saltar y reírse de felicidad.
En el hospital, después de unas horas llenas de nerviosismo y emoción, finalmente nació Antonella. Cuando Lucianito vio a su hermanita por primera vez, sintió una alegría indescriptible en su corazón. Era tan pequeñita y frágil que sintió la necesidad inmediata de protegerla con todo su ser.
"¡Hola Antonella! Soy tu hermano Lucianito. Prometo cuidarte siempre y jugar contigo todo el tiempo", dijo emocionado. Los días pasaron y Lucianito cumplió su promesa: cuidaba a Antonella como si fuera un tesoro invaluable.
Le cantaba canciones para hacerla reír, le contaba cuentos antes de dormir e incluso le enseñaba palabras nuevas cada día. La conexión entre los dos era tan fuerte que parecían inseparables.
Un día, mientras jugaban juntos en el parque cerca de casa, Lucianito escuchó llantos provenientes del otro lado del parque. Se acercó corriendo junto a Antonella y vio a un niño triste porque había perdido su pelota en lo alto de un árbol muy grande.
Sin dudarlo ni un segundo, Lucianito se ofreció a ayudar al niño desconocido. Subió valientemente por el árbol hasta alcanzar la pelota perdida y bajarla sana y salva. El niño desconocido lo miró asombrado y agradecido por la ayuda recibida.
"¡Gracias por ayudarme! ¿Cómo te llamas?", preguntó el niño. "Soy Lucianito, ¡y esta es mi hermanita Antonella! Siempre es bueno ayudar a los demás cuando lo necesitan", respondió orgulloso. "Eres muy valiente e inteligente", exclamó el niño sorprendido. —"Gracias" , dijo modestamente Lucianito mientras devolvía una sonrisa radiante.
Desde ese día, Lucianito comprendió aún más la importancia de ser amable y solidario con los demás.
Aprendió que siempre hay oportunidades para ayudar a quienes nos rodean, sin importar quiénes sean o cómo luzcan; lo importante es tenderles una mano amiga cuando más lo necesiten.
Y así, entre risas compartidas, juegos interminables e historias memorables junto a su querida hermana Antonella; Lucianito descubrió que ser un buen hermano mayor va más allá de solo protegerla: también implica guiarla con amor hacia un camino lleno de bondad y generosidad.
Con el paso del tiempo, la relación entre ambos creció fuerte como un roble centenario: inseparables compañeros en este viaje llamado vida; donde juntos aprendieron las lecciones más importantes sobre amistad verdadera e incondicional amor fraternal.
FIN.