El valor de la amistad



En un pequeño barrio de Buenos Aires, tres amigos inseparables, Tomás, Valeria y Lucas, siempre jugaban juntos en el parque. Eran los mejores en el fútbol y en los juegos de mesa, y disfrutaban de compartir aventuras. Sin embargo, había un niño en el vecindario llamado Samir, que era un poco más pequeño y más tímido. Tomás, Valeria y Lucas nunca lo incluían en sus juegos.

Un día, mientras jugaban a la pelota, Samir se acercó a ellos con una gran sonrisa en su rostro.

"¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó Samir, sin dudar.

Tomás frunció el ceño.

"No, Samir, no sabes jugar tan bien como nosotros. Mejor andá a jugar con otros chicos más grandes."

Valeria agregó,

"Sí, podrías lastimarte. Este juego es para nosotros, que somos grandes."

Samir bajó la cabeza, un poco triste, pero se dio media vuelta y se fue a jugar solo en un rincón.

Esa tarde, los amigos decidieron jugar a un nuevo juego que habían inventado. Se trataba de un desafío en el que tenían que pasar la pelota sin que el que estaba de turno la atrapara. Sin darse cuenta, Tomás lanzó la pelota con demasiada fuerza y esta voló lejos.

"¡Oh, no!" - exclamó Lucas. "Se fue para el otro lado del parque."

Valeria suspiró.

"¡Es tu culpa, Tomás! Ahora vamos a tener que buscarla."

Los tres niños comenzaron a correr tras la pelota, pero al llegar a un arbusto espinoso, se dieron cuenta de que estaba atrapada. Intentaron sacarla, pero no había manera.

"No puedo creerlo, esto es un desastre. ¿Qué haremos ahora?" - se quejó Tomás.

En ese momento, apareció Samir, que había visto todo desde la distancia. Se acercó cautelosamente.

"¿Necesitan ayuda?" - preguntó con voz tímida.

Tomás, Valeria y Lucas se miraron entre ellos, un poco reacios. Pero al ver la frustración en sus rostros y que la oscuridad comenzaba a caer, decidieron aceptar.

"Está bien, Samir, si tienes alguna idea..." - dijo Valeria, un tanto a regañadientes.

Samir se arrodilló y comenzó a analizar el arbusto.

"Si usamos un palo largo, tal vez podamos empujar la pelota hacia afuera. Pero hay que tener cuidado, o se podría romper."

Tomás se sintió algo avergonzado al no haberse dado cuenta de esa solución. Con una mirada de complicidad, ellos tres buscaron un palo y lo intentaron. Para su sorpresa, ¡funcionó! La pelota salió de entre las ramas y fue directo a las manos de Samir.

"¡Lo lograste!" - gritó Lucas, sorprendido. "¡Eres increíble, Samir!"

Samir sonrió, un brillo de alegría en sus ojos.

"¿Puedo jugar con ustedes ahora?" - preguntó con esperanza.

Valeria miró a Tomás y Lucas, y después de un momento de réflexion, asintió.

"Sí, claro. Si puedes ayudarnos, también puedes jugar con nosotros."

Esa tarde, los cuatro jugaron juntos y, para sorpresa de Tomás, Valeria y Lucas, Samir era muy hábil. Incluso les enseñó algunos trucos nuevos que había inventado.

"¡Esto es muy divertido!" - se animó Valeria, emocionada.

Desde ese día, los tres amigos y Samir se volvieron inseparables. Aprendieron que la amistad no se trata solo de ser grande o pequeño, rápido o lento, sino de compartir risas, aventuras y, sobre todo, ayudar unos a otros.

Un día, mientras jugaban al fútbol, Samir preguntó:

"¿Por qué en un principio no me querían incluir en sus juegos?"

Tomás sonrió y respondió:

"Nosotros pensábamos que habías jugado alguna vez. Pero, ahora lo sabemos. No cuenta la edad, sino la buena onda. ¿Querés liderar el siguiente juego?"

Samir no podía creer lo que le estaban diciendo y, emocionado, aceptó. La amistad les había enseñado que todos tienen algo especial que aportar.

Y así, en aquel pequeño parque de Buenos Aires, tres amigos y un nuevo compañero disfrutaron de la magia de la amistad, sin importar las diferencias.

Fin.

FIN.

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