El Valor de La Amistad



Había una vez en un pequeño pueblo argentino, un niño llamado Lucas. Lucas no era como los demás niños de su clase. Tenía un par de muletas que lo ayudaban a caminar, y aunque su sonrisa iluminaba el aula, algunos de sus compañeros lo miraban con desprecio porque no entendían su situación.

Un día, la maestra, la señora Marta, decidió llevar a los niños a una excursión escolar al parque. Todos estaban muy emocionados y prepararon sus mochilas con bocadillos y juegos.

"¡Voy a ganar la carrera de sacos!" - exclamó Martín, un niño muy competitivo.

"¡Yo seré el rey del fútbol!" - agregó Camila, riendo.

Lucas, sentado en una esquina, sonreía mientras escuchaba, pero su corazón se sentía un poco triste. Nadie lo había invitado a participar de las actividades de juego.

El día de la excursión llegó, y al llegar al parque, todos comenzaron a jugar. Lucas, con sus muletas, trataba de unirse, pero siempre quedaba al margen.

"¡Vamos a jugar a la pelota!" - gritó Joaquín, emocionado.

Lucas levantó la mano. "¿Puedo jugar también?"

Pero alguien respondió: "Mejor dejá, Lucas. ¡No te podemos esperar!"

Lucas se sintió herido, pero decidió no llorar. Se alejó un poco y se puso a jugar con unas hojas caídas del árbol.

Poco a poco, sus compañeros comenzaron a notar su ausencia y, después de ver cómo jugaba alegremente solo, Camila se acercó.

"¿Qué hacés Lucas?" - le preguntó.

"Nada, solo estoy disfrutando de la naturaleza", respondió, intentando ocultar su tristeza.

En ese momento, Martín se dio cuenta de que algo no estaba bien. "Chicos, ¿no creen que deberíamos incluir a Lucas?" - sugirió.

"Pero es que..." - comenzó a protestar Joaquín, pero se detuvo al ver la mirada de frustración en el rostro de Lucas.

Al final, todos decidieron que era hora de adoptar una actitud diferente. Camila se acercó a Lucas y dijo: "¡Vamos, Lucas! ¡Te necesitamos en el equipo!"

Lucas miró sorprendido. "¿En serio?"

"Sí, ¡podés ser nuestro defensor por el suelo! Así nadie nos hará goles!" - bromeó Martín, haciéndole reír.

Lucas, con una sonrisa renovada, se unió a sus compañeros. Al principio, no fue fácil. Se caía varias veces y su velocidad no era la misma, pero en lugar de reírse de él, los chicos lo alentaron.

"¡Vamos, Lucas! ¡Eso es!" - gritaba Camila.

"¡No te preocupes! ¡Sigue así, amigo!" - añadió Joaquín con entusiasmo.

Los compañeros comenzaron a jugar como si fueran una gran familia, y Lucas se sintió querido por primera vez. Mientras jugaban, una vez más Lucas se cayó, pero esta vez el grupo lo ayudó a levantarse rápidamente.

"Genial, ¡Lucas está haciendo un gran trabajo!" - celebró Martín.

La tarde avanzó y el sol comenzó a ocultarse, pero la diversión no se detuvo. Al regresar a la escuela, la señora Marta observó todo lo que había sucedido y en un momento de reflexión, les dijo:

"Nunca olvidemos que la verdadera amistad se construye con inclusión y apoyo. Lucas, tus compañeros te han demostrado que la amistad no tiene límites."

A partir de ese día, Lucas dejó de ser el niño excluido. Aquellos niños aprendieron que en la diversidad está la riqueza, y que todos, sin importar las diferencias, pueden ser grandes amigos. Unos días después, el día del cumpleaños de Lucas, sus compañeros decidieron organizarle una fiesta sorpresa en la escuela.

"¡Feliz cumpleaños, Lucas!" - gritaron todos al entrar el niño al aula.

Lucas no podía creerlo. Con lágrimas de felicidad en los ojos, exclamó: "¡No sabía que eran tan buenos amigos!"

"Siempre lo supimos, Lucas. ¡Eres parte de nuestro equipo!" - dijo Camila, sonriendo.

Y desde entonces, la amistad de Lucas y sus compañeros se hizo más fuerte, demostrando que, a pesar de las diferencias, el amor y la aceptación siempre encuentran su camino.

FIN.

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