El Valor de la Amistad



Había una vez en un barrio tranquilo de Buenos Aires, donde los vecinos se conocían y ayudaban entre sí. Uno de ellos era Juan, un niño curioso y amable de diez años, que siempre estaba dispuesto a hacer amigos. Su vecina Luna, una niña de su misma edad, tenía una sonrisa brillante y era conocida por contar las historias más fantásticas.

Una tarde soleada, mientras Juan jugaba en su patio, sintió que algo extraño pasaba. Desde la ventana de su vecina, no escuchaba las risas y cuentos de Luna. Preocupado, decidió tocar el timbre de su puerta.

-Ding, ding, ding.

Esperó unos segundos, pero no hubo respuesta.

-¿Luna? -gritó Juan- ¡Sos vos? Abri!

Pero todo el silencio que recibió le hizo sentir un nudo en el estómago. Se armó de valor y lentamente abrió la puerta, que estaba entreabierta.

Dentro, todo estaba en calma. Las luces estaban apagadas y no se oía ni un susurro. Al dar unos pasos, Juan se asomó a la habitación de Luna y la vio.

-¡Luna!

Juan corrió hacia ella, pero algo no estaba bien.

-¿Por qué no despertás?

Trató de sacudirla suavemente, pero no obtuvo respuesta. Llena de tristeza, no podía entender qué sucedía. En ese momento, su amiga Ana pasó por la puerta y se asomó.

-¿Qué pasó, Juan?

-¡Ana! Luna no responde. No sé qué hacer.

Ana, asustada, miró a su alrededor y decidió actuar.

-Tenemos que avisar a sus papás. Vamos para allá.

Juan y Ana corrieron hacia la casa de los padres de Luna. Al llegar, tocaron la puerta y cuando la mamá de Luna apareció, se dieron cuenta que todo había sido un malentendido.

-¿Qué pasa, chicos?

-¡Luna no despierta! -dijo Juan entre lágrimas- ¡No la hemos podido despertar!

La mamá, comprendiendo la preocupación de los niños, se apresuró a la habitación de su hija y encontró a Luna profundamente dormida.

-¡Luna! -llamó con cariño- ¡Es hora de despertarse!

Con un ojo todavía cerrado, Luna sonrió y respondió:

-¿Qué hora es?

Juan y Ana respiraron profundamente aliviados y comenzaron a reírse.

-¡Estábamos asustados! -dijo Ana mientras se abrazaba a Juan.

-¡Ay, chicos! Solo me quedé dormida después de leer mi cuento. -La pequeña Luna se estiró y sonrió- ¿Quieren saber qué pasó al final?

Un poco confundidos pero felices de ver a su amiga despierta, Juan y Ana se sentaron a su lado.

-Venía a buscarte porque no había ruidos, ni risas, y pensamos que estabas... -Todo el alboroto de antes desapareció en una carcajada- ¿Qué había pasado, por favor?

Luna empezó a relatarles su historia imaginaria, donde los héroes del cuento se enfrentaban a dragones y salvaban princesas, y así los tres amigos volaron juntos en su imaginación por un mundo lleno de aventuras.

Más tarde, cuando terminaron la historia, Juan dijo:

-¿Vieron? A veces, las cosas no son lo que parecen. Es bueno preguntar y asegurarse de lo que está pasando.

Luna sonrió.

-¡Sí! Y también podemos aprender a ser amigos más atentos.

A partir de ese día, Juan, Luna y Ana establecieron una pequeña rutina: cada tarde, se reunirían en el patio de Luna para contar historias y compartir momentos, asegurándose de que siempre estuvieran ahí unos para otros.

Y así, el barrio volvió a ser un lugar lleno de risas, amistad y aventuras, recordando siempre lo importante que es el cuidado y la atención hacia los demás.

Desde ese día, nunca dejaron de preocuparse unos por otros, porque empezaron a entender que un buen amigo siempre está dispuesto a ayudar y a escuchar.

(1372 tokens)

FIN.

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