El Valor de la Amistad



En un pequeño pueblo llamado Mirasol, vivía una niña llamada Lola. Lola era muy traviesa y tenía fama de no ser una buena amiga. Siempre se burlaba de los demás, les robaba los juguetes y nunca compartía sus golosinas. Aunque todos los niños del barrio deseaban jugar con ella, no podían soportar sus maltratos.

Un día, mientras todos jugaban en el parque, Lola se acercó a un grupo de sus compañeros.

"¡Vamos, chicos! Es hora de jugar a la escondida, pero yo elijo siempre el lugar donde me escondo", dijo Lola con una sonrisa traviesa.

"No, Lola, eso no es justo. ¡Todos deberíamos elegir!", respondió Ana, su mejor amiga.

"¡Bah! Yo hago lo que quiero. Si no quieren jugar, no importa. Hay otros niños que sí querrán", replicó Lola, antes de irse sola.

Lola decidió jugar sola en un rincón del parque. Mientras se balanceaba en un columpio, un hermoso pájaro con plumajes de colores pasó volando. Lola lo miró con envidia.

"¡Qué lindo pájaro! Pero seguro que no sabe jugar. Siempre solo como yo", murmuró.

Después de un tiempo, Lola se cansó de estar sola y decidió hacer algo diferente.

"Esto no es tan divertido. Tal vez deba intentar ser más amable. ¿Qué tal si invito a Ana a jugar?", pensó.

Lola se acercó a sus amigos que se reían al otro lado del parque.

"Eh, chicos, los invito a jugar conmigo".

"¿Nos perdonás por haberte ignorado cuando te burlabas de nosotros?", preguntó José, un niño del barrio.

"No, pero sólo si vienen todos", aseguró Lola, con voz desafiante.

Los chicos dudaban. Lola notó su desconfianza y le dio un pequeño empujón a su valor.

"¡Prometo que seré buena amiga!".

"Está bien, vamos", dijeron al unísono.

Jugaron durante un rato, y por primera vez, Lola se sintió bien entre sus amigos. Pero, al rato, una sombra cubrió el sol. Un anciano que pasaba por ahí les advirtió:

"Niños, ¡cuidado! No debería jugarse bajo este árbol que tiene ramas sueltas!".

Lola, desafiante, dijo:

"No importa, soy valiente y el árbol no me hará nada".

Sin embargo, mientras corría, una de las ramas cayó y ella tropezó, cayendo al suelo. Su cara se llenó de miedo al darse cuenta de que se había lastimado.

"Ayyy, esto duele mucho", gimió.

Sus amigos, preocupados, corrieron hacia ella.

"Lola, lo sentimos. No debimos dejarte jugar sola. Te ayudaremos", dijo Ana con sinceridad.

"No deben preocuparse... sólo que les pido perdón por todo lo malo. Siempre me burlé de ustedes", dijo Lola entre lágrimas.

Ana abrazó a su amiga.

"Lo importante es que ahora estás aprendiendo. Nunca es tarde para cambiar. ¡Vamos a la enfermera!".

Lola entendió el valor de la amistad ese día. Así comenzó a cambiar. Ya no fue la misma niña arrogante; empezó a compartir, a jugar con los demás y a ser amable. Su corazón se llenó de alegría. Ella nunca imaginó que esta transformación le podría dar tantas satisfacciones.

Los años siguieron pasando y Lola se convirtió en una joven admirada por todos. Un día, de regreso del colegio, un perro se cruzó en su camino, asustado, sin hogar.

"¡Pobrecito! Necesita ayuda", exclamó Lola.

Decidió llevarlo a su casa y cuidarlo, ¡ya no solo pensaba en sí misma! Con el tiempo, el perrito se convirtió en su mejor compañero y recordaba a todos lo que había aprendido.

Una tarde mientras jugaban en el parque, todos se reunieron para disfrutar de la compañía de Lola y su perro. Ella sonrió, nunca había sido tan feliz.

"Gracias a cada uno de ustedes por darme una segunda oportunidad. ¡Aprendí que los valores y la amistad son lo más importante!", les gritó con alegría.

Desde entonces, Lola se dedicó a ayudar a quienes tenían problemas, a cuidar a los animales y a ser una amiga leal para todos. Había aprendido que ser amable traía cosas buenas a su vida.

Por eso, la historia de Lola enseña a los niños que siempre están a tiempo de cambiar y que los valores positivos nunca pasan de moda.

"Así es, ser buenos y amables hace la vida más linda", aseguró Ana.

Y así, desde ese día, el parque de Mirasol se llenó de risas, juegos y verdadera amistad.

FIN.

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