El valor de la amistad
Había una vez un hermoso unicornio de color rosa llamado Rosalinda, que vivía en un arcoíris. Rosalinda era muy especial, ya que su pelaje brillante y sus ojos chispeantes llenaban de alegría a todos los que la conocían.
Un día, mientras Rosalinda saltaba felizmente entre las nubes del arcoíris, escuchó un ruido proveniente de abajo. Curiosa, decidió bajar para descubrir qué lo causaba. Para su sorpresa, encontró a un pequeño conejito atrapado en una red.
"¡Oh no! ¿Estás bien?" -preguntó Rosalinda con preocupación. "Sí... estoy bien", respondió el conejito con tristeza. "Me llamo Benjamín y me quedé atrapado aquí cuando intentaba encontrar comida".
Rosalinda sabía que tenía que ayudar al conejito y juntos buscaron la forma de liberarlo. Con su cuerno mágico, Rosalinda rompió la red y Benjamin pudo escapar. Estaban tan felices por haberse encontrado que decidieron ser amigos para siempre.
A partir de ese momento, Rosalinda y Benjamin se convirtieron en inseparables compañeros de aventuras. Juntos exploraron el arcoíris e hicieron nuevos amigos como el travieso pajarito cantor Carlos y el curioso erizo Emilio. Un día, mientras jugaban cerca del río de colores del arcoíris, escucharon unos sollozos lejanos.
Siguiendo el sonido llegaron hasta una pequeña mariposa llamada Margarita quien estaba triste porque había perdido a su familia durante una tormenta. "No te preocupes, Margarita. ¡Nosotros te ayudaremos a encontrarlos!" -exclamó Rosalinda con determinación.
Así comenzaron una emocionante búsqueda por todo el arcoíris. Juntos recorrieron bosques de algodón de azúcar y montañas de caramelos, siempre manteniendo la esperanza de encontrar a la familia de Margarita.
Después de mucho buscar, finalmente encontraron a los padres y hermanitos de Margarita en una pradera llena de flores brillantes. La alegría fue inmensa y todos celebraron el reencuentro.
Agradecidos por la ayuda brindada, los padres mariposa invitaron a Rosalinda, Benjamin, Carlos y Emilio a un picnic en su hogar. Compartieron risas y deliciosos dulces mientras disfrutaban del cálido sol del arcoíris.
Rosalinda se dio cuenta entonces que no solo había encontrado amigos maravillosos en su camino, sino que también había aprendido sobre la importancia de ayudar a los demás y nunca perder la esperanza. Con el tiempo, más animales se unieron al grupo aventurero: desde un travieso mono hasta una tímida tortuguita.
Todos ellos vivieron felices explorando el arcoíris juntos, compartiendo amistad y alegría día tras día. Y así es como Rosalinda descubrió que ser diferente era algo especial y único.
Su color rosa ya no era motivo para sentirse distinta; ahora sabía que era parte importante del increíble mundo mágico donde vivía junto a sus queridos amigos.
Desde entonces, cada vez que aparecía un nuevo arcoíris en el cielo, los niños que lo veían sonreían y soñaban con encontrar a Rosalinda y sus amigos, sabiendo que en ese mágico lugar siempre se encontraba la amistad verdadera y la aventura.
FIN.