El valor de la imaginación
En un bosque encantado, vivía Stevan, un conejito muy especial. Stevan siempre había soñado con ser un gran escritor de historias fantásticas, y pasaba horas y horas escribiendo en su pequeña casita, rodeada de altos árboles y suaves prados.
Pero Stevan no estaba solo; en el bosque, había muchos amigos animales que lo acompañaban: Martín el zorro, Clara la liebre, y Tobías el búho, entre otros.
Cada día, Stevan reunía a sus amigos para contarles las fascinantes aventuras que escribía, historias llenas de magia, misterio y valentía. Sin embargo, a medida que Stevan narraba sus relatos, notaba cómo sus amigos se aburrían, bostezaban y, lentamente, se alejaban.
Esto entristecía mucho a Stevan, ya que él solo quería que le escucharan y disfrutaran de sus maravillosas creaciones. Un día, mientras paseaba por el bosque en busca de inspiración, se encontró con un anciano erizo llamado Don Ernesto, quien notó la tristeza en los ojos de Stevan y decidió ayudarlo.
Le enseñó que la verdadera magia de las historias no solo radicaba en las palabras, sino en la forma en que se contaban.
Así, Stevan aprendió a narrar con emoción, a describir los paisajes con detalle y a dar vida a cada personaje con sus gestos y emociones. Con estas nuevas herramientas, Stevan reunió nuevamente a sus amigos y les contó una historia más, pero esta vez, con su nueva forma de narrar.
Los animales, asombrados por la transformación de Stevan, se quedaron embelesados por cada palabra, disfrutando de la fantasía y emoción que fluía de la narración. Finalmente, comprendieron que las historias de Stevan eran fascinantes, solo necesitaban ser contadas de una manera que llegara a sus corazones.
Desde ese día, los amigos de Stevan esperaban con ansias cada nueva historia, y Stevan descubrió que el verdadero valor de la imaginación no está solo en crear mundos fantásticos, sino también en compartirlos de una manera que conmueva y haga soñar a los demás.
FIN.