El valor de la naturaleza
En una pequeña aldea escondida en lo profundo de la selva vivía Quetzalcoat, un majestuoso y colorido quetzal que era conocido por ser el guardián de la naturaleza.
Todos los animales del lugar acudían a él en busca de consejos y ayuda, ya que su sabiduría y bondad eran inigualables. Un día, mientras Quetzalcoat volaba entre los árboles, escuchó un llanto proveniente de lo más profundo del bosque.
Curioso, decidió seguir el sonido hasta descubrir a una niña con cabellos tan rojos como las flores silvestres y ojos grandes como luciérnagas. La niña estaba sentada en el suelo, abrazando sus rodillas y sollozando sin consuelo. - ¿Qué te sucede, pequeña? -preguntó Quetzalcoat con voz dulce.
La niña levantó la mirada sorprendida al ver al hermoso pájaro acercarse a ella. Entre sollozos, logró balbucear:- Soy diferente a los demás niños. Siempre me siento sola y no encuentro mi lugar en este mundo.
Quetzalcoat se posó suavemente frente a la niña peculiar y le dijo con ternura:- Ser diferente no es algo malo, querida. Tú eres única y especial en tu propia manera. Tu corazón brilla con una luz única que solo tú posees.
La niña levantó tímidamente la mirada hacia Quetzalcoat y preguntó:- ¿Cómo puedo encontrar mi lugar en este mundo? El majestuoso quetzal extendió sus alas multicolores y le respondió:- Debes aprender a amarte a ti misma tal como eres.
Solo así podrás mostrarle al mundo tu verdadero valor. Además, nunca olvides que siempre habrá alguien dispuesto a apoyarte y acompañarte en tu camino. Con estas palabras reconfortantes, la niña peculiar secó sus lágrimas y asintió con determinación.
Desde ese día, Quetzalcoat se convirtió en su amigo fiel y juntos exploraron cada rincón de la selva, aprendiendo sobre la importancia de respetar todas las formas de vida que habitaban allí.
Con el tiempo, la niña peculiar descubrió sus talentos únicos: tenía una voz melodiosa capaz de calmar incluso a las fieras más salvajes; podía comunicarse con los animales mediante gestos delicados; y tenía un corazón tan grande que podía sentir el dolor ajeno como si fuera propio.
Gracias a la guía sabia de Quetzalcoat y al amor propio que había cultivado en su interior, la niña peculiar se convirtió en una inspiración para todos los habitantes de la selva.
Su luz brillaba con tanta intensidad que iluminaba incluso las noches más oscuras. Y así fue como Quetzalcoat ayudó a una niña peculiar a descubrir su verdadero valor e identidad en un mundo donde ser diferente era motivo de celebración.
Juntos demostraron que cada ser vivo tiene un propósito único e irremplazable en este vasto universo lleno de maravillas por descubrir.
FIN.