El valor de la paciencia
Había una vez un señor llamado Don Ramón, a quien le encantaba pelear detrás del volante de su carro.
Siempre estaba enojado con los demás conductores, gritando y haciendo gestos groseros cada vez que alguien no conducía como él quería. Un día, mientras iba camino al trabajo, Don Ramón se encontró con un auto que iba muy lento por delante de él.
Se puso tan furioso que comenzó a tocar la bocina sin parar y a gritar improperios desde la ventana de su auto. - ¡Movete viejo choto! ¡¿No ves que tengo prisa? ! - gritaba Don Ramón. Pero el conductor del otro auto no parecía escucharlo y seguía a velocidad reducida.
Don Ramón decidió entonces rebasarlo por la derecha, pero justo cuando lo estaba haciendo, el otro auto giró hacia ese lado también y chocaron. El susto fue grande para ambos conductores.
Cuando bajaron de sus autos para ver los daños, Don Ramón notó algo inesperado: en el asiento trasero del otro auto había un niño pequeño llorando desconsoladamente. - ¿Estás bien? ¿Qué pasó? - preguntó preocupado Don Ramón al padre del niño.
El hombre explicó que su hijo había estado enfermo toda la noche y necesitaba llevarlo al hospital con urgencia. Por eso conducía con tanto cuidado y lentitud. Don Ramón sintió un nudo en la garganta al escuchar la historia.
Se dio cuenta de lo egoísta y peligroso que había sido su comportamiento en la ruta. Se disculpó sinceramente con el hombre y ofreció llevarlos al hospital en su propio auto. Durante el trayecto, Don Ramón reflexionaba sobre sus acciones pasadas y cómo podían haber tenido consecuencias graves.
El padre del niño le agradeció por ayudarlos y le recordó lo importante que era mantener la calma al volante, especialmente cuando se trataba de situaciones de emergencia. Desde ese día, Don Ramón cambió su actitud al conducir.
Ya no peleaba detrás del volante ni se dejaba llevar por la ira. Aprendió a ser más paciente y comprensivo con los demás conductores en la ruta, recordando siempre aquella lección que le enseñaron aquel padre y su hijo en apuros.
Y así, entre giros inesperados pero necesarios, Don Ramón se convirtió en un ejemplo de conducción segura y respetuosa para todos los que compartían las calles junto a él.
FIN.