El valor de la puntualidad y el poder del perdón
Había una vez un profesor llamado Don Ramón que siempre llegaba tarde a su clase. Sus alumnos, cansados de esperar por él, decidieron hacerle una pequeña broma para enseñarle una lección.
Un día, los niños se pusieron de acuerdo y acordaron llegar temprano a la escuela. Se levantaron muy temprano por la mañana y se apresuraron en prepararse para el día escolar.
Llegaron a la escuela con tiempo de sobra y se sentaron en sus pupitres esperando impacientes la llegada del profesor. Minutos después, Don Ramón entró en el salón de clases, pero algo no estaba bien. Miró alrededor y vio a todos los niños sentados en silencio y sonrió.
- Buenos días chicos -saludó Don Ramón-. Parece que hoy ustedes fueron más rápidos que yo. Los niños estaban sorprendidos al verlo tan temprano y comenzaron a reírse entre ellos. - Sí, profesor -dijo María-, queríamos enseñarle lo importante que es llegar puntualmente a clase.
Don Ramón asintió con la cabeza mientras tomaba asiento detrás de su escritorio. Los niños estaban emocionados porque finalmente habían logrado capturar su atención. - Chicos, quiero felicitarlos por su iniciativa -dijo Don Ramón-.
Tienen razón, siempre he llegado tarde y eso no está bien. A partir de ahora prometo ser puntual todos los días. Los niños aplaudieron emocionados al escuchar las palabras del profesor.
Estaban contentos porque sabían que habían hecho una diferencia en su forma de enseñar. A partir de ese día, Don Ramón cumplió su promesa y llegaba temprano a clase todos los días. Los niños estaban felices porque ahora podían aprovechar al máximo las lecciones y aprender más.
Pero la historia no termina ahí. Un día, cuando Don Ramón ya llevaba varias semanas llegando puntualmente, ocurrió algo inesperado. El profesor entró al salón de clases y encontró a sus alumnos distraídos y desorganizados.
- ¿Qué les pasa chicos? -preguntó Don Ramón preocupado-. ¿Por qué no están prestando atención? Los niños se miraron entre sí con sorpresa. No entendían por qué estaban tan desanimados en ese día en particular.
- Profesor -dijo Juan-, lo sentimos mucho, pero hoy estamos un poco tristes porque pensamos que usted había olvidado nuestra promesa de llegar temprano a clase.
Don Ramón se dio cuenta de que había cometido un error al llegar tarde ese día en particular y rápidamente se disculpó con sus alumnos. - Chicos, lamento haberme retrasado hoy -dijo el profesor-. A veces cometemos errores, pero lo importante es reconocerlos y aprender de ellos. Prometo que esto no volverá a suceder.
Los niños aceptaron las disculpas del profesor y todos juntos decidieron seguir adelante con el aprendizaje del día. Aprendieron una valiosa lección sobre la importancia de ser puntuales pero también sobre cómo manejar los errores cuando ocurren.
Desde aquel día, Don Ramón nunca volvió a llegar tarde a su clase. Los niños siempre estaban emocionados por aprender nuevas cosas con él y valoraban el tiempo que pasaban juntos.
Y así, la historia de Don Ramón y sus alumnos se convirtió en un ejemplo inspirador para todos. Aprendieron que todos podemos cometer errores, pero lo importante es aprender de ellos y siempre esforzarse por mejorar.
FIN.