El Valor de Martín y el Tío Abuelo



Había una vez un niño llamado Martín que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques. Martín tenía un peluche al que quería mucho, un suave conejito llamado Saltarín. Un día, mientras jugaba en el parque, Martín tropezó y, sin querer, rompió la patita de su querido Saltarín.

"¡Oh no!" - exclamó Martín con lágrimas en los ojos. "¡Mi peluche, no!"

Martín se sentó en una banca del parque, sintiéndose triste y desolado por la rotura de su amigo. En ese momento, un lobo astuto, que había estado observando desde la distancia, decidió acercarse.

"¿Qué te pasa, niño?" - preguntó el lobo con una voz suave, intentando sonar amistoso.

Martín, aún triste, le mostró a Saltarín.

"Mi peluche está roto y no sé cómo arreglarlo" - suspiró.

El lobo, viendo que Martín estaba vulnerable, tuvo una idea traviesa.

"Puedo ayudarte a arreglarlo... pero tengo un pequeño problema: ¡necesito un peluche para comer!"

Martín se alarmó. No podía creer lo que escuchaba. ¡El lobo quería comerse su peluche!"¡No, por favor! ¡Saltarin no es comida!" - gritó, parándose frente al lobo para proteger a su amigo.

El lobo se rio, pero no de una manera burlona, sino que se sorprendió por la valentía de Martín.

"Eres un niño valiente, eso me agrada. Pero..." - comenzó a decir el lobo, cuando de repente apareció el Tío Abuelo de Martín, un hombre robusto y con una gran barba.

"¿Qué pasa aquí?" - dijo el Tío Abuelo con una voz fuerte.

"Este lobo quiere llevarse a Saltarín", explicó Martín.

El Tío Abuelo miró al lobo con una mirada firme.

"¡No te lo llevarás!" - exclamó enérgicamente. "Cada peluche tiene su dueño y cada juguete merece ser amado. Aquí no le haremos daño a nadie!"

El lobo sintió que la situación se volvía incómoda y, sorprendido por la determinación del Tío Abuelo, empezó a retroceder.

"Solo los quería para un juego..." - intentó justificar el lobo.

"La verdad es que los juguetes no son para comer, son para jugar" - explicó el Tío Abuelo. "A veces, la vida nos da situaciones difíciles, pero tú, Martín, has demostrado mucho valor al defender tu peluche".

El lobo, tocado por esas palabras, se detuvo y reflexionó.

"Tal vez he estado buscando en el lugar equivocado el sentido de la diversión..." - murmuró el lobo.

Martín lo miró y, en un impulso valiente, decidió ofrecerle algo diferente.

"¿Querés jugar con nosotros a un juego? En lugar de comerte nuestros peluches, nosotros te podemos enseñar a usar tu imaginación" - dijo Martín entusiasmado.

El lobo se quedó atónito.

"¿Un juego? ¿Me dejarías jugar?" - preguntó el lobo curioso.

"¡Claro!" - respondió Martín. "Podés ser parte de nuestra aventura, siempre que no intentes comerte a Saltarín".

El Tío Abuelo rió al escuchar a Martín, y pronto, el lobo aceptó la oferta. Así fue como se formó una curiosa amistad.

Desde ese día, todos los días después de la escuela, Martín, su Tío Abuelo y el lobo se reunían a jugar. Juntos viajaban a mundos imaginarios donde los peluches eran grandes héroes y donde siempre había un lugar especial para todos.

Martín aprendió que a veces, las situaciones difíciles pueden resolverse de maneras inesperadas, y que el valor y la bondad pueden cambiar los corazones más duros. El lobo, por su parte, aprendió el verdadero significado de la amistad y la diversión, y prometió nunca más intentar comerse a un peluche.

Y así, en aquel pequeño pueblo lleno de montañas y bosques, Martín, el Tío Abuelo y el lobo vivieron muchas aventuras juntos, siempre recordando que la valentía y la amistad son más poderosas que cualquier desafío.

FIN.

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