El Valor de Pablo
Era un día soleado en la escuela de Pablo, y el patio estaba repleto de risas y juegos. A pesar del alegre ambiente, Pablo se sentaba solo en una esquina, mirando con nostalgia a sus compañeros.
"¡Mirá cómo juegan a la pelota!" - pensó mientras se acomodaba la mochila en el regazo. Nadie parecía darse cuenta de que él existía, y, aunque sonreía, había un nudo en su pecho que no lo dejaba disfrutar.
Pasaban los días y las semanas, y Pablo seguía atrapado en su burbuja de soledad. Sin embargo, todo cambió un día en el que su profesor, el Sr. Gómez, decidió hacer una actividad diferente.
"Hoy, vamos a hacer un círculo de amistad. Necesito que cada uno de ustedes elija a un compañero y le cuente algo divertido sobre sí mismo", dijo el Sr. Gómez.
Los niños comenzaron a moverse por el aula, pero Pablo se sintió paralizado por el miedo. No tenía a quién elegir, y, por lo tanto, no pudo elegir a nadie.
"¿Por qué no me eligen a mí?" - se preguntó, sintiendo cómo el nudo en su pecho se volvía más apretado. Fue entonces cuando una niña llamada Ana se acercó a él.
"Pablo, ¿por qué no jugás con nosotros? Siempre te veo solo. ¡Me gustaría conocerte!" - le sonríe Ana calurosamente.
Pablo se sorprendió por su amabilidad.
"Eh... sí, claro. Me encantaría", contestó titubeando. Nunca había sido invitado a unirse.
Así, empezó a jugar con Ana y otros compañeros. Durante el juego, se dio cuenta de que tenía una habilidad especial para patear la pelota, y eso le dio más confianza.
"¡Bien hecho, Pablo!" - aclamó Ana mientras él corría hacia el arco. En ese momento, Pablo sintió que el nudo en su corazón comenzaba a deshacerse.
"Gracias, Ana. No sabía que podría hacerlo tan bien", respondió con una sonrisa genuina.
A partir de ese día, Pablo empezó a abrirse. Cada día, se sentaba con Ana y sus amigos durante el almuerzo. Compartían historias, reían y descubrían cosas en común.
Pero una tarde, Ana se acercó a él con un rostro preocupado.
"Pablo, ¿podés ayudarme? Tengo que presentar un proyecto y no sé por dónde empezar. Sos muy creativo" - le pidió.
Pablo dudó.
"Yo... no sé si soy tan bueno, Ana" - se sinceró.
"¡Claro que lo sos! Vimos lo que hiciste con la pelota, y siempre tenés ideas geniales. ¿Vamos a trabajar juntos?" - insistió Ana.
Era la primera vez que alguien le pedía ayuda, y eso lo motivó a salir de su zona de confort. Juntos, comenzaron a trabajar en el proyecto: crear una obra de teatro sobre la amistad.
Conforme los días pasaron, Pablo se dio cuenta de que no solo estaba disfrutando de la amistad, sino que también se sentía valorado. Con cada ensayo, Pablo brillaba más, y su entusiasmo aumentaba.
El día de la presentación llegó y todos estaban nerviosos.
"¿Listos?" - preguntó Ana.
Pablo sintió mariposas en el estómago, pero respondió con determinación.
"Sí, ¡vamos!" - respondió, listo para mostrarles a todos el trabajo que habían realizado juntos.
Cuando subieron al escenario, Pablo se dio cuenta de que sus compañeros lo miraban con admiración.
"No puedo creer que estemos aquí, ¡esto es increíble!" - dijo, sintiéndose más seguro. Realizaron su obra y los aplausos resonaron por todo el aula.
Al finalizar, el Sr. Gómez se acercó a Pablo.
"Estoy muy orgulloso de vos, Pablo. Has demostrado que cada uno tiene un talento único. Nunca dudes de tu capacidad para brillar" - le dijo con una gran sonrisa.
Esa noche, Pablo se fue a casa con el corazón ligero y una gran sonrisa.
"¡Hoy estuve en el escenario!" - le contó a su mamá, que lo miraba con cariño.
Pablo aprendió que la amistad y la confianza son el mejor remedio para cualquier tristeza. Desde entonces, siempre buscó en los demás lo que lo hacía feliz y descubrió que, aunque al principio se sintiera apartado, su luz interior siempre brillaba. ¡Y así, se fue convirtiendo en un pilar de su grupo de amigos!
Y así, cada día, Pablo sonreía un poco más, porque se dio cuenta de que nadie tiene que estar solo, y que cada uno puede aportar su luz al mundo.
FIN.