El Valor de Rolando



Había una vez en un bullicioso barrio de Buenos Aires, un joven llamado Rolando. Era un apasionado trabajador de la construcción, conocido por su dedicación y esfuerzo. Cada mañana, se levantaba temprano para cargar su mochila con herramientas y salir hacia la obra, donde su familia dependía de él para obtener el sustento diario.

Un día, mientras Rolando descargaba sacos de cemento, apareció un hombre prepotente y exigente que se hacía llamar Don Ricardo.

"¿Por qué demora tanto, muchacho? Podés descargar más rápido que eso!" - bramó Don Ricardo, impaciente por terminar el trabajo.

Rolando, decidido a no dejarse intimidar, respiró hondo antes de responderle.

"Estoy haciendo lo que puedo, señor. Cada saco pesa mucho y necesito hacer las cosas bien para evitar accidentes".

Don Ricardo, enojado, decidió demostrar su poder. Sin pedir permiso, le colocó dos bolsas grandes de cemento en un solo hombro.

"Eso es lo que necesitas para acelerar el trabajo, ¡así se hace!" - gritó, mientras Rolando intentaba mantener el equilibrio.

Sin embargo, el peso era demasiado. Rolando sintió un dolor agudo en su abdomen y, de repente, todo se volvió difuso.

"¡Ouch!" - exclamó, mientras se agachaba por el intenso dolor. Fue entonces cuando notó una pequeña protuberancia en su vientre.

Inmediatamente, el dolor lo llevó a una clínica, donde el doctor le diagnosticó una hernia. Rolando, aunque afectado, decidió que esto no lo detendría. Pasaría un tiempo en reposo, pero sabía que debía pensar en cómo recuperarse para seguir manteniendo a su familia.

Con sus amigos de la obra, Rolando organizó reuniones para compartir su experiencia.

"No podemos permitir que nadie más se lastime como yo," - les decía a sus compañeros "La seguridad es lo primero. Hacer las cosas bien vale la pena".

Así, decidió convertise en un defensor de la seguridad laboral. Un día, se dio cuenta de que muchas personas no conocían los riesgos de levantar cargas pesadas sin la técnica adecuada.

"¡Vamos a hacer un curso de carga segura!" - les propuso a sus compañeros, con entusiasmo.

Poco a poco, Rolando fue construyendo una red de apoyo, incluso contactando a profesionales que los ayudaran a capacitarse. A medida que se educaban, surgieron nuevas ideas en la obra y se implementaron prácticas más seguras.

Don Ricardo, al ver la preocupación de los trabajadores y el esfuerzo de Rolando, comenzó a cambiar su actitud. Un día se acercó, un poco más comprensivo.

"Rolando, me doy cuenta que debí haber sido más solidario. Te pido disculpas" - dijo Don Ricardo, con una sonrisa.

Rolando sonrió, y respondió con amabilidad.

"Todos podemos aprender y mejorar. ¡Lo importante es trabajar juntos y cuidar de cada uno!".

Con los meses, Rolando se comunicó con grupos de jóvenes de la comunidad, y juntos comenzaron a realizar charlas sobre la importancia de la seguridad laboral. La industria de la construcción en su barrio empezó a tomar conciencia, y Rolando se convirtió en un referente admirable.

Finalmente, Rolando volvió a trabajar. Aunque ya no alzaba sacos de cemento con tanta frecuencia, su lugar en el equipo era vital. Se sentía orgulloso de haber convertido su dolor en motivación, y de haber enseñado a otros sobre la importancia de cuidar sus cuerpos. Supo que un trabajo bien hecho va más allá de la rapidez: significa cuidar de uno mismo y de los demás.

Y así, el joven que una vez se sintió débil y abrumado, se convirtió en un líder valiente. Con fuerza y solidaridad, juntos construyeron un futuro más seguro, donde cada ladrillo colocado se hacía con cuidado y amor.

De este modo, Rolando no solo dejó su huella en la obra sino en los corazones de quienes lo rodeaban. Cada vez que alguien le preguntaba por su historia, él les decía con una sonrisa.

"Siempre hay un lugar para mejorar y aprender. Nunca te rindas, porque lo mejor está por venir".

FIN.

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