El Valor de Ser Diferente



En una pequeña escuela en Puerto Rico, había un niño llamado Lucas. Tenía una pasión inusual: le encantaba el arte y pasaba horas dibujando monstruos y criaturas fantásticas. Aunque sus dibujos eran maravillosos, sus compañeros no lo entendían.

Un día, mientras Lucas estaba sentado en un rincón del patio, plasmando en su cuaderno la imagen de un dragón volador, un grupo de chicos se acercó. Era el grupo popular de la escuela, liderado por Javier, un chico fuerte y carismático.

"Mirá ese dibujo, ¿qué es eso?" -se rió Javier.

"Es un dragón, uno de los más poderosos del universo" -respondió Lucas, con un hilito de voz.

"¿Un dragón? Más bien parece un zapato con alas. No tenés talento, Lucas" -dijo Javier, y el grupo estalló en risas.

Ese día, Lucas volvió a casa con el corazón pesado. Su mamá lo encontró en el suelo de su habitación, dibujando, pero sus líneas eran borrosas.

"¿Qué te pasó, hijo?" -preguntó, preocupada.

"Nadie quiere ser amigo mío porque mis dibujos son raros" -respondió Lucas, quien sentía como si su corazón estuviera cubierto de nubes grises.

Con el tiempo, la situación no mejoró y los comentarios hirientes continuaban. Pero un día, Lucas decidió que no dejaría que el bullying lo detuviera. Empezó a practicar más y dibujar todos los días, creando historias en cada página. A medida que avanzaba, recordó las palabras de su mamá: "El arte es la forma en la que expresas quién eres".

En una reunión de la clase, la maestra, la señora Martínez, decidió organizar un concurso de talentos. Cada niño debía mostrar su habilidad. El día del evento, Lucas estaba nervioso pero también decidido a compartir su arte.

Cuando fue su turno, respiró hondo y presentó su obra: un enorme mural lleno de colores y criaturas fantásticas.

"Este es el Reino de la Imaginación, donde todos son bienvenidos, sin importar cómo se vean o qué les guste" -dijo Lucas, sintiendo una chispa de valentía.

Los murmullos de la clase siguieron, pero esta vez no eran risas burlonas. La señora Martínez sonrió, y muchos de sus compañeros lo miraban con curiosidad.

"¡Es impresionante, Lucas!" -dijo Ana, una de las chicas que antes se había reído de él.

"A mí me gusta tu dragón, tiene mucha personalidad" -agregó Pedro, otro compañero.

El aula se llenó de aplausos. Javier, sorprendido, se dio cuenta del error que había cometido al no valorar la diferencia. Se aproximó a Lucas al finalizar la presentación.

"Sinceramente, me gustó tu mural. Lamento lo que dije antes" -dijo Javier, con sinceridad.

Lucas, con una sonrisa, le respondió:

"Gracias, Javier. Todos tenemos algo especial dentro. Los monstruos y dragones, también pueden ser amigos".

Desde ese día, las cosas cambiaron. El grupo de Javier empezó a conversar con Lucas sobre su arte y a preguntarle más sobre sus dibujos. Lucas, invirtió su energía en hacer más amigos y crear nuevas historias. Comprendió que no era necesario encajar en todos los moldes, y que su autenticidad era su mayor fortaleza.

Juntos, formaron un club de arte en la escuela, donde todos podían expresar su creatividad. Desde entonces, en ese pequeño rincón de Puerto Rico, el bullying no solo disminuyó, sino que también florecieron nuevas amistades y el respeto por la diversidad.

Y así, Lucas aprendió el valor de ser diferente y cómo la resiliencia y la empatía pueden transformar no solo su vida, sino también la de sus compañeros, creando un lugar donde todos se sintieran bienvenidos y valorados.

FIN.

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