El Valor de Ser Uno Mismo
En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un niño llamado Tomi. Tenía diez años y una sonrisa que iluminaba cualquier lugar. Sin embargo, había algo que lo hacía diferente: Tomi tenía discapacidad intelectual. Esto a veces lo hacía sentir triste, especialmente en el aula con sus compañeros, quienes a veces no entendían por qué Tomi hacía las cosas de manera distinta.
Un día, mientras todos los chicos estaban en recreo, Tomi estaba sentado solo en un rincón, mirando cómo jugaban al fútbol.
"¿Por qué no jugás, Tomi?" - le preguntó Juan, un niño que siempre le sonreía.
"No sé jugar bien..." - respondió Tomi, bajando la mirada.
A veces, Tomi sentía que sus compañeros no lo querían tanto. En su casa, su hermana y su mamá siempre lo apoyaban, pero en la escuela era diferente. Como no sabía cómo explicar lo que sentía, se encerraba en su mundo de sueños, donde siempre era el héroe.
Un día, la maestra, la señora Ana, decidió hacer una actividad especial. "Hoy vamos a hacer un mural con dibujos de nuestras cosas favoritas", anunció emocionada. Todos los chicos comenzaron a dibujar con entusiasmo. Tomi se sentó en su pupitre, observando el papel en blanco, sin saber qué hacer.
"Tomi, contame, ¿qué te gusta?" - le preguntó la señora Ana, acariciándole el hombro.
"Me gustan los dinosaurios..." - dijo Tomi, con una chispa de alegría en sus ojos.
"¡Genial! Dibujá un gran Tiranosaurio, que lo vamos a poner en el mural" - sugirió la maestra. Tomi se puso a trabajar, su mano moviéndose rápidamente, creando un dinosaurio colorido y enorme.
Mientras tanto, algunos chicos lo miraban.
"No sé por qué se molesta tanto. No puede jugar al fútbol, no puede..." - murmuró Sofía, una de las compañeras.
Pero cuando el mural estuvo terminado, todos se sorprendieron por el talento de Tomi. Su Tiranosaurio era el más impactante, lleno de colores y detalles.
"¡Waaaau! ¡Mirá lo que dibujó!" - exclamó Juan, emocionado.
"Nunca pensé que podía hacer algo tan lindo" - dijo Sofía, acercándose a Tomi.
"¿Te gustaría mostrarnos cómo lo hiciste?" - preguntó Juan.
Tomi se sonrojó, pero asintió. Al día siguiente, sus compañeros se reunieron en el aula para que Tomi les enseñara a dibujar dinosaurios.
A medida que pasaban los días, la relación de Tomi con sus compañeros creció. Pasaron de mirarlo con curiosidad a incluirlo en sus juegos.
"¿Jugamos a la búsqueda del tesoro, Tomi?" - le propuso Sofía un día.
"¡Sí!" - dijo Tomi, emocionado.
Rápidamente, el grupo organizó equipos, y Tomi se convirtió en el capitán de su equipo. Aunque a veces tenía dificultades para entender las reglas, sus compañeros lo ayudaban y lo alentaban.
"¡Vamos, Tomi! ¡Buscá esa pista!" - gritó Juan, mientras todos buscaban juntos.
El día de la búsqueda del tesoro fue todo un éxito. Al final, encontraron el cofre lleno de golosinas. Todos estaban felices.
"Tomi, sin tu ayuda no lo hubiéramos logrado" - dijo Sofía, abrazándolo. Tomi sonrió de oreja a oreja.
A partir de ese día, Tomi dejó de sentirse un extraño y comenzó a sentirse parte de un grupo. Él entendió que, aunque era diferente, tenía mucho que aportar. Sus compañeros aprendieron que la amistad es más fuerte que cualquier diferencia.
Así, en aquel pequeño barrio de Buenos Aires, Tomi no solo encontró amigos, sino que también se convirtió en un líder, mostrando que ser uno mismo es el mayor tesoro de todos.
FIN.