El valor de ser uno mismo
Había una vez un niño llamado Mateo, que tenía seis años y estaba a punto de comenzar primer grado en la escuela.
Mateo era muy tímido y le costaba hablar frente a los demás, pero sabía que debía vencer sus miedos para poder hacer amigos y divertirse en la escuela. El primer día de clases, Mateo se paró frente a sus compañeros y con voz temblorosa dijo: "Hola, me llamo Mateo".
Todos lo miraron con curiosidad y algunos niños le sonrieron amablemente. La maestra, la señorita Ana, le dio una palmadita en el hombro y lo alentó a seguir adelante. Durante los primeros días, Mateo se esforzó por interactuar con sus compañeros.
Jugaba en el recreo, compartía su merienda e incluso se animaba a participar en las actividades grupales. Poco a poco, fue ganando confianza en sí mismo y su timidez empezó a desaparecer.
Un día, la señorita Ana propuso a cada uno de los niños que hicieran una presentación especial sobre sí mismos frente al resto del curso. A Mateo le invadió nuevamente el nerviosismo, pero recordó todo lo que había logrado hasta ese momento y decidió enfrentar el desafío.
Llegado el momento de su presentación, Mateo respiró hondo y con voz clara dijo: "Hola a todos, soy Mateo. Me gusta jugar al fútbol con mi papá los domingos por la tarde y dibujar monstruos divertidos.
Mi color favorito es el verde porque me recuerda al pasto fresco". Los compañeros de clase aplaudieron emocionados y la señorita Ana le dedicó una amplia sonrisa de orgullo.
Ese día, Mateo sintió una gran satisfacción por haber superado sus miedos y haberse mostrado tal como era ante todos. A partir de entonces, Mateo se convirtió en un niño más extrovertido y seguro de sí mismo. Hizo muchos amigos en la escuela y disfrutaba cada día aprendiendo cosas nuevas junto a ellos.
Y así, gracias a su valentía y determinación para vencer sus miedos, Mateo descubrió que ser uno mismo era lo más importante para conectar con los demás y construir relaciones genuinas basadas en la sinceridad y la autenticidad.
FIN.