El Valor de Valentina
En un pequeño pueblo llamado Arcoíris, donde las flores siempre estaban en flor y los pájaros cantaban alegres, vivía una niña llamada Valentina. Con su pelo rizado y su risa contagiosa, Valentina iluminaba los días de quienes la rodeaban. Pero en su hogar había algo que no brillaba, algo que la entristecía en secreto.
Una tarde, mientras Valentina jugaba a las escondidas con sus amigas, notó que su vecina, la señora Rosa, venía hacia ella con la mirada preocupada.
"Valentina, ¿has visto a tu mamá?" - preguntó la señora Rosa, con un tono lleno de inquietud.
"No, señora Rosa. ¿Le pasa algo?" - respondió Valentina, con curiosidad.
"Es que he escuchado algunos ruidos extraños en su casa. Espero que todo esté bien" - dijo la señora Rosa, con un suspiro.
Valentina sintió un nudo en la garganta. Sabía que su papá a veces se enojaba mucho, y que eso no era bueno. Decidió correr a su casa, llevando en su corazón la esperanza de que todo estuviera bien.
Al llegar, se dio cuenta de que su mamá estaba en la cocina, haciendo su famosa torta de chocolate. Pero había un rastro de preocupación en su rostro.
"Hola, mamá. ¿Todo bien?" - preguntó Valentina, sonriendo como siempre.
"Hola, mi amor. Todo está bien. Solo estaba un poco cansada" - respondió su mamá, pero Valentina notó que no era verdad.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, Valentina escuchó una discusión. Su papá estaba levantando la voz. La niña se acurrucó en su cama, temiendo lo peor.
"¡No me hables así!" - escuchó a su mamá decir.
"¿Y qué vas a hacer al respecto?" - respondió su papá, enojado.
Valentina, con lágrimas en los ojos, decidió que algo tenía que hacer. Nunca antes lo había pensado, pero esa noche comprendió que no podía quedarse callada.
Al día siguiente, Valentina fue al Jardín de la Paz, que tenía un gran árbol donde los niños se reunían. Allí, utilizó su voz para hablar con sus amigas.
"Chicas, mi papá grita y no me gusta cómo trata a mi mamá" - dijo Valentina, con firmeza.
"Pero, ¿qué podemos hacer?" - preguntó Sofía, preocupada.
"Podemos crear un cartel grande que diga 'No al maltrato' y luego ir casa por casa hablando sobre esto" - sugirió Valentina, iluminada por una idea.
Las amigas de Valentina entusiasmaron con la propuesta. Juntas, pintaron un cartel con colores brillantes y hermosos dibujos. Al día siguiente, fueron de casa en casa, hablando con los vecinos sobre la importancia de tratar a todo el mundo con respeto y amor. Las personas las escuchaban, algunas asintiendo y otras sorprendidas.
Un día, cuando Valentina pasó por la casa de la señora Rosa, se encontró con una sorpresa. Más vecinos se unieron a su causa. La señora Rosa, emocionada, exclamó:
"Valentina, gracias a vos, el pueblo entero está hablando del maltrato. ¡Hoy tendremos una reunión en la plaza!"
La plaza se llenó de risas, voces y la alegría de la comunidad. Valentina tomaba la mano de su mamá, sintiendo que era un pilar de fuerza. Allí estaba su papá también, con una mirada de confusión y reflexión.
El alcalde, con una gran sonrisa, dio un discurso:
"Hoy nos unimos para decir NO al maltrato, NO a la violencia. En Arcoíris, todos somos importantes y merecemos ser queridos".
Valentina miró a su papá y vio que se le llenaban los ojos de lágrimas. Se apretó la mano de su mamá, que a su vez le sonrió, uniendo su fuerza en el amor mutuo. En ese momento se sintió más valiente que nunca.
Después de la reunión, su papá se acercó a Valentina.
"¿Me podés perdonar, hija? Sé que me equivoqué, y voy a aprender a tratar a tu mamá con más respeto. Juntos lo haremos mejor" - dijo, con una voz temblorosa.
Valentina, con un gran abrazo, respondió:
"Siempre hay una oportunidad para cambiar y empezar de nuevo, papá".
A partir de ese día, en la casa de Valentina todo fue diferente. Se escucharon risas, cantos y sobre todo, se sintieron amados. Y Valentina se convirtió en la voz de su pueblo, demostrando que con valentía y amor, se pueden derribar las sombras del maltrato, creando un lugar donde todos pueden brillar.
Y así, el pequeño pueblo de Arcoíris aprendió que el amor, la comunicación y el respeto eran más fuertes que cualquier grito.
FIN.