El Valor del Buen Trato
Había una vez en un pequeño colegio de Buenos Aires, un grupo de chicos y chicas que compartían risas, juegos y muchas aventuras. Pero, como en toda historia, había algo que podía cambiar el rumbo de su amistad.
Un día, Tomás, un nene que era nuevo en la escuela, llegó con un poco de miedo. Era su primer día y no conocía a nadie. Mientras caminaba por el pasillo, vio a un grupo de chicos riéndose a carcajadas. Se asomó un poco y escuchó:
"¡Mirá a ese nuevo! ¿Te diste cuenta cómo se viste?" – se burló Gonzalo, el líder del grupo.
Las risas resonaron en los pasillos. Tomás se sintió muy pequeño y decidió irse rápidamente hacia el patio, donde se sentó solo en una esquina.
Por suerte, Sofía, una niña que siempre estaba dispuesta a ayudar, se dio cuenta de que algo no estaba bien. Se acercó a Tomás con una sonrisa:
"Hola, soy Sofía. ¿Por qué estás solo?"
"Me llamo Tomás. Es mi primer día y no tengo amigos... Además, escuché lo que dijieron de mí y me sentí mal."
Sofía frunció el ceño al escuchar eso y, sin pensarla dos veces, comenzó a trazar un plan.
"No te preocupes. Vamos a hacer que el resto de la clase te conozca. Tengo una idea. ¿Qué te parece si organizamos un juego al aire libre?"
Tomás sonrió tímidamente.
"¡Sí, me encantaría!"
Sofía reunió a sus amigos y, con energía, les propuso la idea. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo. Gonzalo y su grupo se negaron a participar.
"No tengo tiempo para jugar con un nuevo. ¿Para qué perder el tiempo?" – reclamó Gonzalo.
Pero Sofía no se dio por vencida.
"¿Sabés qué? Es hora de hacer las cosas diferentes. Si no querés, está bien, pero el resto vamos a jugar y a conocer a Tomás. Todos merecemos una oportunidad."
Los amigos de Sofía dudaron un poco, pero finalmente se dejaron llevar por la energía positiva de su amiga y decidieron unirse a la diversión.
El patio se llenó de risas y juegos. Tomás se sorprendió al ver que todos estaban tan alegres. Cada vez se sentía más integrado y, de pronto, Gonzalo, que observaba desde lejos, se sintió incómodo.
"Che, esos chicos se ven divertidos... Tal vez debería ir y unirme..." – pensó para sí mismo.
Pero no podía dar el paso. Se quedó tratando de convencerse de que no le importaba, aun sintiendo en su pecho un poco de celos.
Al día siguiente, Tomás llegó al colegio muy entusiasmado. Agradecido, a su paso se encontró con Sofía:
"¡Hola, Sofía! Ayer me divertí muchísimo. Gracias por incluirme. Eres una gran amiga"
"¡Claro! Y recordar que siempre hay espacio para más amigos. Ser amable puede cambiarlo todo."
Esa misma mañana, Tomás decidió que también quería invitar a Gonzalo a unirse al grupo, pensando que tal vez solo necesitaba una oportunidad. Así que, mientras el resto de los chicos estaban en la clase de arte, Tomás se acercó a Gonzalo:
"Hola, Gonzalo. Te vi desde lejos y quería invitarte a jugar con nosotros en el patio. Ayer fue un gran día y pienso que te gustaría unirte."
Gonzalo, sorprendido, no supo qué decir al principio, pero luego recordó las risas del día anterior.
"¿De verdad? Bueno, tal vez pueda. Suena divertido."
Desde ese día, las cosas cambiaron. Gonzalo, al sentirse incluido, comenzó a ser más amable y, por primera vez, se dio cuenta de cuán grande podía ser la alegría al compartir. El grupo se unió y comenzaron a construir una amistad basada en el respeto y la buena onda.
Con cada juego y risa compartida, el buen trato se fue convirtiendo en un valor para todos, especialmente para Gonzalo, que aprendió que todos tenemos algo especial que aportar.
Al final, el colegio se transformó en un lugar donde todos podían ser ellos mismos y recién llegados como Tomás nunca volvían a sentirse solos.
Así, la historia de los niños y niñas del colegio mostró que el buen trato no sólo crea amistades, sino que hace que los lugares se llenen de alegría y amor.
Y así se convirtió en una hermosa experiencia que recordarían por siempre, haciendo promesas de ser siempre amables y solidarios con todos los que se cruzaran en sus caminos.
FIN.