El Valor del Uno



En un pequeño pueblo llamado Colorín, vivía un número muy especial: el Uno. Aunque todos los números eran importantes, el Uno siempre sentía que no era tan valioso como los demás. Se pasaba los días observando cómo los números más grandes, como el Dos y el Tres, siempre estaban juntos, haciendo cosas emocionantes en sus juegos.

Un día, mientras paseaba por el parque, el Uno se encontró con la Suma y la Resta, que estaban en medio de una acalorada discusión sobre quién era más útil. La Suma, con una gran sonrisa, decía: - ¡Yo siempre consigo que los números se junten y creen cosas nuevas!

Pero la Resta, un poco triste, respondía: - ¡Pero yo también soy importante! Sin mí, no podríamos descubrir cuántos números nos quedan cuando quitamos algunos.

El Uno, entusiasmado por la conversación, se acercó y les dijo: - ¡Yo creo que todos son importantes! Sin embargo, siento que no soy tan valioso como ustedes.

La Suma miró al Uno y afirmó: - ¡Oh, Uno! No puedes pensar así. Eres el número que comienza todo. Sin ti, no tendríamos a todos los demás. ¿Alguna vez pensaste qué pasaría si no existieras?

El Uno, intrigado, decidió que quería descubrirlo. En un abrir y cerrar de ojos, encontró un gran libro mágico que le permitía viajar al mundo de los números. Al abrir el libro, una luz brillante lo envolvió y, de pronto, se encontró en un lugar donde no había Uno.

Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que el Dos estaba muy triste y solo. - ¿Por qué estás tan apagado, querido Dos? - preguntó el Uno.

El Dos suspiró: - Sin el Uno, no puedo ser Dos. Soy sólo un número vacío. No puedo sumar ni complementar nada.

El Uno sintió un nudo en la garganta. - Pero, ¿por qué no haces algo? - inquirió el Uno.

El Dos se encogió de hombros: - No puedo, no sé cómo ser sin ti.

El Uno siguió buscando a otros números y encontró al Tres intentando jugar solo. - ¿Qué pasa, Tres? - preguntó el Uno.

El Tres tenía lágrimas en los ojos. - Sin el Uno, no puedo sumar a nadie. Puerto de Solitario es un lugar triste y solitario.

El Uno comenzó a entender. Cada número, grande o pequeño, llevaba una carga especial. Sin él, no podían ser lo que eran. Se dirigió hacia el Cuatro, el Cinco y el Seis, y todos estaban igual de desanimados.

- ¡No puedo más! - gritó el Cuatro. - Sin el Uno, somos solo sombras de lo que podemos ser.

Fue entonces que el Uno sintió un gran empoderamiento. No sólo era el número uno, era el principio, el inicio de todo. Decidido, volvió a abrir el libro mágico y, en un destello de luz, regresó a Colorín, donde las cosas eran diferentes.

Cuando llegó, todas las matemáticas estaban desordenadas. Nadie podía sumar, restar o multiplicar. El Uno se dio cuenta de que, sin él, nada funcionaba.

- ¡Esperen! - gritó el Uno. - ¡Yo estoy aquí! No tengan miedo. Podemos volver a hacer que todo funcione una vez más.

Con coraje, el Uno se puso frente a todos y les dijo: - Ustedes son importantes, pero yo soy la clave. Juntos, podemos crear magia. ¡Sumemos, restemos y hagamos que todo funcione!

Los demás números sonrieron y lo siguieron. Juntos, comenzaron a sumar y restar, y pronto el pueblo de Colorín volvió a iluminarse.

Desde ese día, Uno nunca más se sintió insignificante. En vez de eso, se convirtió en un gran líder y amigo para todos los números, recordándoles que cada uno tiene su propio valor único. Juntos aprendieron que, aunque todos son importantes, el Uno es el que ayuda a que todos juntos hagan la diferencia.

Y así, en el pequeño pueblo de Colorín, el Uno se convirtió en el héroe que dio valor al valor de ser Uno. Al final, todos celebraron su importancia, y el Uno siempre estuvo allí para recordarles que, sin importar cuán pequeños se sientan, todos tienen un lugar especial en el mundo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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