El Vaquero y la Varita Mágica
En un bosque encantado, lleno de árboles altos y flores multicolores, vivía un vaquero llamado Martín. Martín era conocido en todo el pueblo por su humildad y valentía. Todos los días, él salía a explorar el bosque, disfrutando del canto de los pájaros y el murmullo del viento.
Una mañana, mientras caminaba por un sendero cubierto de hojas doradas, Martín se detuvo al ver algo brillar entre los arbustos.
-Mirá, ¿qué será eso? - se preguntó, acercándose con curiosidad. Al agacharse, descubrió una varita mágica que resplandecía con luz propia.
-¡Wow! Esto es increíble,- exclamó, tomando la varita entre sus manos.
Sin pensar en las consecuencias, Martín movió la varita de un lado a otro y pronunció las palabras que encontró grabadas en su mango:
"¡Abracadabra, que pase algo asombroso!"
De repente, un torbellino de luces brillantes lo rodeó y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en medio de una escena que jamás habría imaginado. Unos duendes llenos de color aparecieron, despavoridos, corriendo en todas direcciones.
-¿Qué está pasando? ,- gritó uno de los duendes.
-¡Es la varita! ,- chilló otro. -¡La hemos perdido por culpa de un humano!
-Pero... sólo quise divertirnos un poco,- se defendió Martín, sinceramente apenado.
-¡Divertirnos! ,- exclamó el duende más grande, con una mirada preocupada. -Esta varita es muy poderosa, y no se puede usar sin cuidado. Nos trae problemas, y no sabemos cómo detenerlo ahora.
Martín, lleno de remordimiento, decidió ayudar a los duendes a solucionar la situación.
-Está bien, ¿qué puedo hacer para ayudar?
-Rápido, tenemos que encontrar todas las cosas que la varita ha descontrolado,- dijo el duende.
Juntos, Martín y los duendes comenzaron a buscar por todo el bosque. Descubrieron que la varita había producido una lluvia de arcoíris que pintó a los árboles con colores chillones, y a los animales del bosque les había cambiado las formas. Martín se encontraba admirado, pero también comprendió que esa magia podría traer más complicaciones si no se detenía a tiempo.
-¡Miren! ,- gritó uno de los duendes. -Un zorro que ahora parece un gato con alas. ¡Esto no está bien!
-Sí, tenemos que revertirlo,- afirmó Martín, moviendo la varita nuevamente, pero esta vez con cuidado.
-¡Abracadabra, que todo vuelva a su lugar! ,- dijo, sin perder la esperanza.
Un nuevo torbellino de luces destelló y, para sorpresa de todos, el bosque comenzó a regresar a la normalidad. Los colores naturales fueron restaurados y los animales recuperaron sus formas originales. Los duendes aplaudieron, alegres por ver su hogar restaurado.
-¡Lo lograste! ,- exclamó el duende gigante. -Pero recuerda, no podemos jugar con cosas que no entendemos.
-Tienen razón,- asintió Martín. -No quería causar problemas, sólo quería divertirme. De ahora en adelante, seré más cauteloso.
Finalmente, Martín decidió devolver la varita mágica a su lugar de origen, un altar de piedra en el corazón del bosque.
-Gracias por enseñarme esta valiosa lección,- dijo mientras dejaba la varita en su lugar. -La magia es hermosa, pero siempre debemos usarla con responsabilidad.
Desde aquel día, Martín se volvió un protector del bosque encantado, asegurándose de que todos, humanos y animales, coexistieran en armonía. Y aunque las aventuras no faltaron, siempre recordó la importancia de la responsabilidad y el respeto por la magia que habitaba en su mundo.
Y así, cada vez que un niño en el pueblo preguntaba sobre el bosque encantado, se contaba la historia del vaquero que aprendió que la magia más grande de todas está en ser responsable.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.