El verdadero espíritu de la Navidad



Era diciembre y en el barrio de Villa Esperanza todos estaban emocionados por la llegada de la Navidad. Las luces brillaban en cada casa y el aroma a galletitas recién horneadas llenaba el aire. Pero entre todos, Miguel y Juan destacaban por su entusiasmo desmedido.

- ¡Quiero la última consola de videojuegos! - decía Miguel, mientras ubicaba su carta en el enorme buzón de deseos.

- ¡Y yo quiero todos los muñecos de acción del mundo! - exclamaba Juan, dibujando un mapa de su lista de regalos.

Mientras tanto, Úrsula y Sara, dos amigas del barrio que siempre jugaban juntas, observaban a Miguel y Juan con una mezcla de admiración y tristeza.

- Nosotras no necesitamos tanto - dijo Úrsula, encogiéndose de hombros.

- Exacto. Jugar con nuestras piñas y la comba es suficiente - contestó Sara, sonriendo.

Las dos amigas recogían piñas en el parque y las usaban como si fueran la mejor colección de tesoros.

Un día, mientras Miguel y Juan se preparaban para su gran fiesta de Navidad, decidieron presumir de sus cartas de regalos.

- ¡Miren lo que pedí! - dijo Juan, abriendo la carta y mostrando cada uno de sus deseos.

- ¡Increíble! - contestó Miguel con los ojos brillantes.

- ¡Todos los niños del barrio la tendrán difícil superando nuestros pedidos!

Úrsula y Sara, que estaban cerca, no podían creer la ambición de sus amigos. Así que, para mostrarles una lección, decidieron hacer algo especial.

- ¿Qué les parece si hacemos un mercado de Navidad? - sugirió Úrsula.

- Podemos vender nuestras piñas y la comba para hacer algo divertido en vez de pedir tantos regalos - agregó Sara.

Las amigas comenzaron a recolectar más piñas y pronto todo el barrio se enteró de su idea. Organizaron un gran mercado donde vendieron decoraciones hechas con piñas y ofrecían juegos con la comba. Incluso Miguel y Juan, intrigados, decidieron ayudar.

- ¡Esto es genial! - dijo Miguel mientras pintaba piñas de colores.

- Nunca pensé que se podía hacer tanto con algo tan simple - admitió Juan.

El día del mercado, los niños del barrio se sorprendieron al ver todo lo que Úrsula y Sara habían creado. Risas y juegos llenaron la plaza, mientras el espíritu navideño se palpaba en el aire.

- ¿Vieron? - preguntó Úrsula a Miguel y Juan. - No se necesita mucho para divertirse.

- Es verdad. - dijo Miguel, mientras giraba la comba con Sara. - A veces, lo más simple es lo que más felicidad da.

- Exacto - agregó Juan, mirando las sonrisas de sus amigos.

Al final del día, el mercado no solo tuvo éxito, sino que reunió a toda la comunidad. Miguel y Juan aprendieron que compartir y disfrutar momentos juntos era mucho más valioso que cualquier regalo material.

Llegó el día de Navidad y, aunque Miguel y Juan había pedido grandes cosas, no había nada que ellos quisieran más que aquella experiencia inolvidable. Las luces brillaban, el sabor de las galletitas se sentía en el aire y la comba saltaba de manos en manos.

- ¡Feliz Navidad! - gritaron todos mientras los amigos se unían en una ronda de abrazos.

Así, Miguel y Juan descubrieron que el mejor regalo era el tiempo, la amistad y la alegría que compartían, y que la verdadera Navidad estaba en dar, no en recibir.

FIN.

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