El verdadero regalo de Sofía
En una pequeña ciudad, vivía una niña llamada Sofía. Era muy generosa y siempre pensaba en los demás antes que en sí misma. Se preocupaba por sus amigos y siempre intentaba hacerlos sonreír.
Cuando llegó la Navidad, Sofía se sintió un poco triste. Había visto cómo sus amigos compraban regalos para intercambiar y se dio cuenta de que no tenía dinero para comprar nada.
"No puedo dejar a mis amigos sin regalos...", se quejaba Sofía, mirando por la ventana mientras el viento soplaba con fuerza.
Una tarde, mientras caminaba por el parque, vio a una anciana luchando por levantar unas cajas de frutas. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella.
"¿Puedo ayudarte, señora?", preguntó Sofía con una sonrisa.
"Oh, querida, eso sería maravilloso. Estas cajas son más pesadas de lo que parecen"; respondió la anciana. Sofía se puso manos a la obra y ayudó a cargar las cajas hasta el puesto de la señora.
Cuando terminaron, la mujer, agradecida, le dijo:
"Eres una niñita muy amable. Toma, por tu ayuda, te regalo estas frutas como un obsequio de Navidad".
Sofía miró la bolsa llena de manzanas y naranjas, y su corazón se llenó de alegría.
"¡Gracias! Pero tengo que pensar en mis amigos. Quizás con esto pueda hacer algo especial para ellos".
Sofía volvió a casa, y se le ocurrió una idea brillante. Decidió organizar una pequeña fiesta de Navidad en su casa y compartir las frutas. A los días, comenzó a invitar a sus amigos.
"¡Hola! Quiero invitarte a una fiesta de Navidad en mi casa, va a haber frutas, juegos y diversión"; dijo emocionada mientras se paseaba por la escuela. Sus amigos aceptaron encantados.
El día de la fiesta, Sofía preparó todo con mucho esmero. Decoró con serpentinas, puso una mesa grande en el jardín y llenó platos con las frutas. Cuando sus amigos llegaron, el ambiente era puro festejo.
"¡Esto es increíble!"; gritó su amiga Clara.
"¿Quién diría que sería tan divertido una fiesta con frutas?", añadió su amigo Tomás.
Jugando, riendo y compartiendo, todos los niños se sintieron felices. Sofía los miraba contenta, se dio cuenta de que el regalo más valioso no era algo que se podía comprar, sino momentos compartidos y sonrisas.
Al final de la fiesta, sus amigos le dijeron:
"Eres la mejor, Sofía. Nunca necesitamos los regalos, lo que realmente importa es pasar tiempo juntos".
Sofía sonrió y sintió que había encontrado el verdadero espíritu de la Navidad. A veces, los regalos más hermosos son aquellos que no tienen precio, sino aquellos que se dan desde el corazón. Desde ese día, los amigos de Sofía aprendieron que la generosidad y los momentos compartidos son lo que realmente hacen especial la vida.
Y así, cada Navidad, Sofía continuó organizando fiestas, recordando siempre el gran regalo que había aprendido a dar: el cariño y la compañía.
La ciudad nunca volvió a ser la misma y por cada Navidad, todos esperaban con ansias la fiesta de Sofía, porque entendieron que en estos momentos era donde realmente se encontraba la magia.
FIN.