El Viaje a Júpiter
Era un soleado día en el patio de la casa de Ahinara. La niña, con sus cinco años llenos de curiosidad, miraba el cielo con ojos asombrados mientras su abuelo, un viejo científico con una gran baraja de cuentos, le había contado una historia sobre los planetas.
"¿Ves esa estrella brillante, Ahinara?" - dijo el abuelo, señalando hacia el firmamento.
"Sí, abuelo. ¿Qué hay de Júpiter?" - preguntó Ahinara con entusiasmo.
"Es el gigante de nuestro sistema solar. Es tan grande que podrías meter a mil de nuestros planetas ahí dentro. ¡Y tiene un montón de lunas!" - explicó el abuelo, moviendo sus manos como si estuviese volando.
Después de escuchar las historias y hacer un pequeño experimento con la luz y los colores del cielo, Ahinara se sintió más inspirada que nunca.
"¡Quiero ir a Júpiter!" - gritó, llenando de risas el patio.
"Pero, Ahinara... no tengo un cohete y tampoco tengo dinero para comprar uno" - respondió el abuelo con una sonrisa cómplice.
Ahinara pensó por un momento y decidió que, ¡no necesitarían dinero! Se levantó con determinación y dijo:
"¡Vamos a construir nuestro propio cohete!"
Su abuelo, viendo la chispa en los ojos de su nieta, no pudo resistirse a la idea. Juntos recolectaron cajas de cartón, latas vacías, pinturas y un sinfín de materiales reciclados. Cada componente era esencial para su misión.
Con cada paso, Ahinara preguntaba y su abuelo la animaba a imaginar. Así, comenzaron a dar forma a su cohete.
"Vamos a pintarlo de colores brillantes, abuelo. ¡Y le pondremos alas!" - dijo ella, mientras dibujaba estrellas y planetas en la caja.
"¡Perfecto! Pero no olvides que cada cohete necesita un nombre. ¿Cómo lo llamaremos?" - preguntó su abuelo, con una sonrisa.
"¡Luz de Júpiter!" - respondió Ahinara con entusiasmo.
Durante días, Ahinara trabajó en la construcción del cohete. Sus vecinos comenzaron a notar la actividad inusual en el patio. Algunos niños incluso se unieron a la aventura y empezaron a ayudar.
"¿Podemos volar hasta Júpiter?" - le preguntó un amiguito, curioso.
"Claro, solo tenemos que imaginar que estamos volando! Las mejores aventuras son las que se hacen con el corazón y la mente." Ahinara les respondió, mientras se subía al cohete.
Finalmente, el gran día llegó. La tarde se pintó de colores dorados, y tras un último ajuste a su cohete, Ahinara se sentó cómodamente. Su abuelo se metió en el juego.
"¡Listos para despegar! Contemos hasta tres. Uno... dos... tres...!"
Y mientras contaban, los niños cerraron los ojos y comenzaron a soñar. En su mundo imaginario, el cohete despegó y tomó rumbo a lo desconocido.
"¡Mirá cuántas estrellas!" - gritó Ahinara con alegría.
"¡Y ahí está Júpiter! Se parece a un gran pastel de colores!" - exclamó otro niño, señalando a los enormes remolinos que adornaban el planeta.
De repente, ¡un giro inesperado del viaje! Un pequeño grupo de lunas apareció y les hizo fiesta.
"¡Hola, terrícolas! Bienvenidos a Júpiter!" - gritaron las lunas al llegar.
"Nos encanta recibir a visitantes." - agregó una luna en forma de gato.
Ahinara y sus amigos se llenaron de asombro mientras exploraban este nuevo mundo lleno de diversión, juegos y creatividad.
Finalmente, al caer la tarde, comenzaron a regresar a casa. ¿La mejor parte? Se dieron cuenta de que, aunque solo era un juego, sus mentes y corazones habían viajado lejos, disfrutando de la maravilla de la imaginación.
Al llegar al patio, Ahinara miró al abuelo.
"¿Ves abuelo? No necesitamos dinero, solo imaginación y amor para crear nuestras propias aventuras.”
- „Tienes razón, Ahinara. La imaginación no tiene límites." - respondió el abuelo, sonriendo.
A partir de ese día, el patio de Ahinara se convirtió en un lugar mágico, donde cada caja, cada lata, cada papel se transformaba en algo insólito. Se prometieron nunca dejar de soñar y, sobre todo, nunca dejar que el miedo a lo imposible detuviese su imaginación.
Y así, el cielo les mostró que, aunque no podían ir a Júpiter en un cohete de verdad, siempre podrían llegar allí con el poder de sus sueños.
FIN.