El Viaje a la Luna de la Clase 5A
Era un día cualquiera en la escuela primaria del barrio. La clase 5A estaba emocionada por su próxima excursión, pero esta vez no sería a un zoológico o a un museo, ¡iba a la Luna! La maestra, la señorita Laura, había hecho un trato con un inventor loco llamado Don Ricardo, que había construido un cohete especial para las visitas escolares.
"¡Buenos días, chicos!", dijo la señorita Laura. "Hoy no solo viajaremos a la Luna, ¡sino que aprenderemos sobre el espacio y las estrellas!".
Los chicos comenzaron a gritar de emoción.
"¿De verdad vamos a la Luna?", preguntó Lucas, con sus ojos brillando.
"¡Sí!", respondió la señorita Laura con una sonrisa. "Pero primero necesitamos prepararnos".
Mientras todos se vestían con trajes espaciales hechos de papel de aluminio y globos, Don Ricardo llegó con su cohete colorido.
"¡Listos para despegar!" exclamó, saludando a los niños.
Los chicos se subieron al cohete, que era más grande de lo que había imaginado Lucas. Dentro había botones, luces parpadeantes y un sillón que temblaba un poco. Don Ricardo se sentó en el asiento del piloto y activó el cohete.
"Tres, dos, uno... ¡Despegue!" gritó mientras el cohete comenzaba a vibrar y a elevarse del suelo.
El cohete atravesó las nubes y, después de un emocionante viaje, finalmente aterrizó en la superficie lunar. Todos bajaron del cohete con grandes sonrisas y ojos abiertos como platos.
Al pisar la Luna, todos comenzaron a saltar y a reír, disfrutando de la gravedad reducida.
"¡Miren, puedo saltar muy alto!", dijo Ana, dando brincos.
Pero de repente, notaron algo extraño. Un pequeño extraterrestre de color verde apareció entre las rocas lunares.
"¡Hola, terrícolas!", dijo el extraterrestre con una voz temblorosa. "Soy Zigi, y estoy muy solo aquí. Nadie me visita y no sé cómo jugar".
Los chicos se miraron sorprendidos, pero pronto comenzaron a acercarse a Zigi.
"¡Podemos jugar contigo!", dijo Lucas, entusiasmado. "¿Te gustaría jugar a las escondidas?".
Zigi sonrió, y así comenzó una nueva amistad. Jugaron en la Luna, explorando cráteres y haciendo figuras en la arena lunar. Al principio, Zigi estaba un poco tímido, pero pronto se unió a los saltos y las risas.
"Nunca pensé que tendría amigos", dijo Zigi mientras se divertían.
Pero no todo era diversión. A medida que pasaba el tiempo, la luz del sol comenzó a oscurecerse, y los niños sabían que debían regresar antes de que el cohete se apagase.
"Chicos, tenemos que volver a casa", dijo la señorita Laura, viéndolos jugar.
Zigi se puso triste.
"¿No pueden quedarse un poco más?".
"Nos encantaría, Zigi, pero nuestras familias nos están esperando", explicó Ana con dulzura.
Los chicos comenzaron a despedirse, pero Zigi les dio una idea brillante.
"Pueden llevarse algo de la Luna como recuerdo. Aquí tengo piedras espaciales especiales".
Los niños aceptaron y cada uno eligió una piedra brillante para llevar a la Tierra.
"Y no olviden que siempre serán mis amigos", dijo Zigi. "Regresen cuando quieran.".
"Prometemos volver", le respondió Lucas, mientras se subían al cohete.
Con un último adiós, el cohete despegó de nuevo. A medida que se alejaban de la Luna, todos miraron por la ventanilla y vieron a Zigi agitando sus manos.
Cuando finalmente aterrizaron en la escuela, no podían dejar de hablar sobre su aventura. La señorita Laura los escuchaba, feliz por la experiencia que habían vivido.
"Hoy aprendimos que la amistad no conoce fronteras, ni aún en el espacio", dijo. "Y que es importante hacer nuevas amistades, sin importar de dónde sean".
Los niños asintieron, llevando consigo no solo piedras lunares, sino un gran recuerdo en sus corazones.
"¡No puedo esperar para contarles a mis papás!", gritó Ana.
"¿Y si hacemos un club espacial para jugar a las escondidas y hablar de nuestros viajes?", sugirió Lucas con entusiasmo.
Y así, la clase 5A se unió, creando un club que no solo soñaba con las estrellas, sino que también soñaba con un sinfín de amistades.
FIN.