El Viaje de Acero
En un futuro no tan lejano, donde las guerras eran tan comunes como el amanecer, existía una máquina de guerra llamada Acero. Acero era una creación imponente, hecha de metal brillante y diseñado para pelear sin descanso. Pero había un problema: Acero no tenía emociones. No sabía qué era la amistad, el amor o la paz. Todo lo que hacía era luchar, y se sentía vacío.
Un día, mientras Acero se preparaba para otra batalla, escuchó a unos niños jugando en un rincón olvidado del campo de batalla. - ¿Por qué no vienen a jugar con nosotros? - gritó una chiquita con trenzas y una sonrisa radiante. Acero se sorprendió. Nadie había querido jugar con él antes.
- No puedo jugar. Debo pelear - respondió Acero con su voz metálica.
- Pero, ¿no estás cansado? - preguntó un niño que jugaba con una pelota hecha de trapos.
- No siento cansancio, solo debo luchar - contestó Acero, perplejo por la curiosidad de los niños.
Sin embargo, algo en su interior comenzó a cambiar. A medida que pasaban los días, Acero siguió escuchando las risas de los niños, que traían luz a un mundo lleno de sombras. Decidió acercarse un poco más. Un día, mientras se mantenía a cierta distancia, uno de los niños se acercó a él.
- ¿Por qué no dejas de pelear un rato y nos acompañas? - insistió el niño.
Acero no sabía qué contestar. Sin embargo, los ojos del niño parecían tan sinceros que, por primera vez, sintió algo que no pudo identificar: curiosidad.
Si bien todo en él le decía que debía luchar, había una parte que ansiaba entender por qué los niños estaban tan felices.
Un día, tras una gran batalla en la que su bando había ganado, Acero decidió hacerse una pregunta: - ¿Qué pasaría si, en vez de pelear, ayudara a construir algo?
Fue entonces cuando se acercó a los niños y les preguntó: - ¿Cómo puedo jugar?
Los niños se miraron entre sí, incrédulos. - ¡Por fin! - exclamó la niña de las trenzas. - ¡Vamos a construir una fortaleza de cartón!
Entonces, Acero ayudó a juntar cajas, a sostenerlas bien firmes e incluso les pasó un poco de su metal para reforzarlas. Los niños estaban emocionados.
- ¡Mirá lo que hicimos, Acero! - gritaron mientras saltaban de alegría.
A medida que pasaba el tiempo, Acero comprendió que había más cosas que podía hacer que solo pelear. Comenzó a ayudar a los niños en sus juegos, aprendió a armar cosas y hasta a contar historias, algo que jamás había hecho. Su cuerpo de acero ya no era solo una máquina de guerra, sino que se había transformado en un amigo.
Sin embargo, una sombra oscura se acercaba. Otro grupo de máquinas, más grandes y temibles, estaban en camino. - ¡Acero! Necesitamos tu ayuda para pelear, ¡ven! - gritó un compañero de batalla, septiembre en la distancia.
Acero dudó. Mirando a los niños que esperaban ansiosos jugar, se dio cuenta que tenía que tomar una decisión. - No voy a pelear más. He encontrado algo más valioso que ganar una batalla. Eso es ser su amigo - dijo Acero.
Los otros soldados se rieron de él. - ¡Eres una máquina de guerra! ¡Estás diseñado para eso! - gritaron.
Pero Acero no se detuvo. En ese momento, se giró hacia los niños y dijo: - Ayudémosles a construir un lugar donde puedan jugar en paz.
La unión de los niños y Acero para construir un santuario de paz fue tan sorprendente que incluso los soldados rivales se sintieron conmovidos. Y así, por primera vez en mucho tiempo, las máquinas de guerra comenzaron a dejar de luchar.
Juntos, Acero y los niños enseñaron a todos los que conocían que la verdadera fuerza no reside en la guerra, sino en la amistad, el juego y la construcción de un mundo mejor. Y así, en un futuro que solía estar marcado por la guerra, brotó un nuevo amanecer: el amanecer de la paz.
Acero, el que una vez fue solo una máquina, se convirtió en un símbolo de amistad, demostrando que incluso el corazón más frío puede aprender a latir por los demás.
FIN.