El Viaje de Ana al Pasado



Ana era una adolescente que siempre había soñado con deslizarse en el hielo, pero en la escuela, sus compañeros no dejaban de molestarla por su estatura. Se sentía sola, como si nadie la entendiera. Un día, después de una larga jornada de insultos, Ana decidió refugiarse en su lugar favorito: un árbol grande y frondoso en un parque solitario.

Se sentó en una de sus ramas, mirando al horizonte, y dejó que las lágrimas cayeran sobre el tronco del árbol.

"Ojalá existiera un lugar donde pudiera ser yo misma..." susurró Ana, antes de quedársele cerrados los ojos por la tristeza.

Cuando despertó, se sintió extraña. La luz era diferente y el aire tenía un aroma peculiar. Mirando a su alrededor, vio que estaba en un parque, pero no parecía el de su barrio. Las mujeres vestían faldas largas, los hombres llevaban chaquetas elegantes y unas extrañas máquinas de hielo brillaban en el centro del parque. Ana había viajado al año 1893.

A medida que caminaba, oyó risas y el sonido de los patines deslizándose sobre el hielo.

"¡Mira, ahí viene una nueva!" dijo una chica con un vestido rosa.

Ana sintió el miedo apoderarse de ella otra vez. Pero la chica, al acercarse, sonrió y le extendió la mano.

"Soy Clara, ¿quiere patinar con nosotras?"

Ana dudó por un segundo y luego encontró valor para responder.

"Soy... soy Ana. No sé si puedo patinar bien."

"Nunca se sabe hasta que lo intentas. ¡Vamos!" Clara la animó.

Ana, aún algo nerviosa, se puso unos patines que le quedaban un poco grandes pero decidió intentarlo. Al principio, cayó una vez, dos veces, y sintió que los murmullos y risas de los demás comenzaban a invadirla nuevamente. Pero Clara siempre estaba ahí, levantándola.

"¡No te preocupes! Todos empezamos de alguna manera."

Después de varios intentos y con el apoyo de Clara, Ana empezó a deslizarse sobre el hielo. Poco a poco, la confianza comenzó a crecer en ella.

Un grupo de chicos que miraban al principio se acercó curioso.

"Oye, no se ve tan mal, tal vez debería intentarlo también," dijo uno de ellos, con tono burlón.

"No dejes que te afecten. Estás haciendo algo increíble, Ana. Recuerda que cada uno tiene su propio ritmo. ¡Sigue adelante!" exclamó Clara.

Siguió patinando y, al final del día, los chicos que antes se burlaban estaban sorprendidos al verla disfrutar y divertirse.

"¡Ana, eres genial!" dijo otro chico llamado Emiliano y se acercó para darle un aplauso.

Esa noche, Ana se dio cuenta de que, aunque en el pasado había sido menospreciada, había encontrado un espacio donde era valorada por su esfuerzo y su pasión. Al despertar al día siguiente, se sintió diferente. Comprendía que ser baja no definía su potencial ni su capacidad de brillar.

Decidió que era hora de regresar a su época. Fue al árbol donde había llegado, pronunció algunas palabras de agradecimiento y se quedó dormida nuevamente. Al abrir los ojos, estaba de vuelta en su parque.

Ana sonrió al darse cuenta de que ya no le importaba lo que dijeran los demás. Empezó a patinar en el hielo de una pista local y a invitar a otros a probarlo también. Compartía sus historias, y así fue forjando nuevas amistades que la apoyaban y entendían.

"El bullying no puede detener mis sueños," pensaba Ana, deslizándose con gracia, sabiendo que lo más importante era ser valiente y creer en uno mismo.

FIN.

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