El viaje de Daniel al reino de los elefantes



Había una vez un niño llamado Daniel que vivía en un pequeño pueblo. A diferencia de otros chicos, a Daniel le encantaban los animales, especialmente los elefantes. Pasaba horas leyendo libros sobre ellos, observando documentales y dibujando su imagen en cada hoja que encontraba. Aunque era muy inteligente, a Daniel le costaba concentrarse en clase y a menudo se distraía, soñando con el majestuoso mundo en el que vivían esos enormes mamíferos.

Un día, mientras la profesora Mónica explicaba sobre las estaciones del año, Daniel miraba por la ventana, imaginando un viaje a la selva de África. En ese momento, le susurró la voz de un elefante: "¡Hola, Daniel!". Daniel se dio vuelta sorprendido. ¡Era un elefante! Tenía grandes ojos bondadosos y una sonrisa que iluminaba su trompa. "Soy Tambo, y he venido a llevarte a un lugar especial."

La profesora Mónica frunció el ceño, pensando que Daniel estaba hablando solo. "Daniel, por favor, presta atención," dijo con un tono firme. Pero él no podía apartar la mirada de Tambo.

"¿Un lugar especial?" preguntó Daniel, aún incrédulo.

"Sí, un lugar donde los elefantes son los reyes. Te enseñaré cómo cuidar de ellos y jugar con ellos. Pero primero, necesitas aprender a escuchar."

Daniel sintió que le ardía el corazón de emoción y, aunque sabía que debía hacer caso a la profesora, la curiosidad lo dominó.

"¿Puedo ir?"

Tambo asintió con su gran cabeza y en un abrir y cerrar de ojos, Daniel se encontró en medio de una vasta sabana.

Todo era increíble: vastas llanuras de colores dorados, árboles de baobab gigantes y, por supuesto, manadas de elefantes que caminaban libres.

"Bienvenido al Reino de los Elefantes," dijo Tambo.

"¡Es maravilloso!" exclamó Daniel.

"Pero para quedarte aquí, necesitas aprender a gestionar tus pensamientos. Los elefantes viven en armonía, y para hacerlo, debes poner atención a lo que sucede a tu alrededor."

Daniel pasó el día aprendiendo sobre el cuidado de los elefantes, observando cómo se comunicaban entre ellos y cómo cuidaban de sus crías. Cada vez que se distraía, Tambo le recordaba: "Escuchar es importante, Daniel. No solo para entender a los demás, sino también para entenderte a ti mismo."

Un desafío aguardaba al final del día. Había un pequeño elefante llamado Nube que se había lastimado una pata y no podía volver al grupo. Los otros elefantes estaban preocupados.

"Si no lo ayudamos, se quedará solo y triste," dijo Tambo.

"Pero, ¿cómo? No sé lo que hay que hacer," respondió Daniel.

"Necesitas observar, escuchar y actuar. ¿Qué crees que podríamos hacer?"

Después de pensar un momento, Daniel se dio cuenta de cómo los elefantes se movían en grupo y ayudaban a los heridos.

"Podemos formar un círculo alrededor de Nube y movernos lentito para que no se asuste. ¡Eso le dará seguridad!"

"¡Exactamente!" respondió Tambo emocionado.

Con el apoyo de todos los elefantes, Daniel lideró la operación para ayudar a Nube. Juntos, formaron un hermoso círculo, y lentamente, Nube comenzó a seguirlos, sanando poco a poco.

"¡Lo estamos logrando!" gritó Daniel con alegría.

Finalmente, Nube se unió al grupo, y todos los elefantes trompetearon en señal de celebración. Daniel sintió una profunda felicidad al ver que podía ser útil y hacer la diferencia.

"Gracias, Tambo, por llevarme aquí. He aprendido mucho hoy. Ya entiendo la importancia de escuchar a los demás y a mí mismo," dijo con una sonrisa.

"Recuerda, Daniel. Los elefantes, como tú, tienen grandes corazones. De ahora en más, escucha con atención tanto en la clase como en la vida. ¡Tu potencial es enorme!"

Al día siguiente, Daniel despertó en su cama. Pongamos que todo había sido un sueño, pero algo en su interior había cambiado. Durante la clase, esta vez, estaba más atento y participó activamente.

"¡Eso es, Daniel! ¡Muy bien!" lo animó la profesora Mónica.

Poco a poco, comenzó a jugar con sus compañeros, compartiendo su amor por los animales. Y aunque todavía a veces se distrajo en clase, siempre recordaba al elefante sabio, Tambo, que le enseñó que escuchar, entender y cuidar es tan importante como soñar.

Desde ese día, Daniel vivió cada día como una nueva aventura, siempre rodeado de amigos y un mundo lleno de posibilidades. A veces, incluso elige el silencio para escuchar lo que su corazón tiene que decir, y siempre su mente soñadora lo lleva a descubrir cosas increíbles.

FIN.

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